viernes, 8 de octubre de 2010

Donde comienza el disparo

08/10/2010 José Zafra Castro

No, no todos los sindicalistas liberados son unos gorrones, ni todos los musulmanes unos terroristas; tampoco todos los curas son pederastas, ni los gitanos son todos unos maleantes. Tal vez nos gustaría que las cosas fueran así de simples, pero lo cierto es que no lo son. ¿Qué nos impulsa a urdir equiparaciones tan burdas? No hay que olvidar que pensamos a través de conceptos, y que los conceptos son mecanismos de simplificación. Su trabajo consiste en decretar que lo meramente parecido es, pese a lo diverso de su apariencia, exactamente lo mismo. El concepto abomina de los matices. Mediante él nos enfrentamos al mundo (al categorizarlo), y también al resto de seres humanos. Poderosas corrientes biológicas nos impulsan en esa dirección, cuyo curso --a estas alturas de la historia-- nos parece imposible de remontar.

Nos convertimos en humanos cuando somos capaces de subir, a través del concepto, de lo concreto particular a lo abstracto en general; pero degeneramos hasta el límite de lo infrahumano cuando, cegados por lo universal, perdemos de vista lo concreto. En cierto modo, no hay dos manzanas iguales, a pesar de que el término "manzana" nos fuerce a realzar lo que hay de común entre ellas para aplastar sus diferencias. Tampoco hay dos liberados iguales, ni dos musulmanes, ni dos curas, ni dos gitanos. Tal vez nos sentiríamos un poco mejor si todos los liberados fuesen unos golfos gorrones, pues el acto de pensar implica un esfuerzo muchas veces penoso, y llegar a la fórmula "todos los X son Y" representa, sin duda, un descanso. Es más, parece que ese afán generalizador está inscrito en nuestros genes, y que nuestra supervivencia como especie depende en gran medida de él. Pero también puede conducirnos al desastre, especialmente cuando nos deslizamos desde el terreno del pensamiento al de la acción.

La política es acción. La acción es tanto más eficaz cuanto más se funda en pensamientos toscos, mal elaborados. Pensar las cosas hasta el final implica una labor de ajuste permanente entre un determinado concepto y lo mentado por él. Esa labor nunca termina. De ahí que la persona que por oficio o por vocación se dedique preferentemente a pensar sea constitutivamente insegura: nadie podrá persuadirle nunca de que aquello que piensa hace verdadera justicia a la complejidad de lo pensado.

El político rompe el flujo del pensamiento en un punto cualquiera, y desde ese punto cumple su misión: actúa. Y actúa sin titubeos. Nada hay peor, cuando se salta sobre un abismo, que dudar de la capacidad que tiene uno para llegar al otro lado. Los políticos saltan continuamente de incertidumbre en incertidumbre, y arrastran a la sociedad con ellos. Hasta cierto punto, es bueno para todos que el político no se paralice en medio de un pensamiento que nunca podrá estar del todo satisfecho consigo mismo.

Ma non troppo . En nuestras sociedades estatalizadas el político es el administrador fiduciario de la fuerza colectiva. De ahí que si en uso de ese poder irresistible decide plasmar en la realidad alguna generalización precipitada (todos los judíos son unos cerdos, todos los tutsis unas cucarachas, los kulaks son enemigos del pueblo), entonces no es que cometa un simple error categorial, sino que perpetra un asesinato en masa. La misión del "formador de opinión" (y uso premeditadamente este término vago en vez del más corriente de "intelectual") es ir desde las instancias particulares al concepto general, y volver de éste a aquéllas todas las veces que sea necesario. Esto no supone disgregar el pensamiento, sino enriquecerlo. De ahí el peligro que generan esos "formadores de opinión" para quienes todos los musulmanes son unos terroristas, todos los liberados unos gorrones, etcétera.

El asesino no es solo el que dispara sobre la cabeza de un judío, o el que desgarra con un machete el cuello de un tutsi, sino también (y yo diría: sobre todo) el que pone a su disposición las armas letales de un pensamiento no lo bastante elaborado. El crimen medra allí donde el formador de opinión escapa a su responsabilidad y elabora pensamientos falaces. Es precisamente ahí donde comienza el disparo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario