domingo, 20 de diciembre de 2009

Libres según


JAVIER MARÍAS 20/12/2009

Una de las actitudes que parece haber pasado a mejor vida en el mundo occidental, y desde luego en nuestro país, es la que engloba una serie de antiguas virtudes que, por lo visto, ya nadie considera tales. Llámenlas sobriedad, discreción, elegancia, austeridad, aversión a la histeria, al exceso y al pataleo, deseo de no importunar y de no crear más complicaciones de las existentes, de no dar la lata ni entorpecer las tareas de los demás. Llámenlas aguante, entereza, capacidad de encaje ante los reveses y los contratiempos, ganas de no desorbitar las cosas ni sacarlas de quicio, y por supuesto asunción de la propia responsabilidad. Todo eso, que era fundamental para la convivencia y para que cada cual realizara su trabajo con cierta eficacia y sin presiones inmerecidas, ha desaparecido de la faz de nuestras tierras. España, me temo, es el país que en mayor medida lo ha desterrado, de cuantos conozco, y sus ciudadanos se han convertido en los más exigentes, quejicas y despóticos, unos individuos (ya sé, hay excepciones) que creen tener derecho a todo y ningún deber; que, cuando cometen imprudencias a las que nadie los obliga, claman contra el Gobierno de turno si éste no se apresura a sacarles las castañas del fuego, espoleados por una caterva de periodistas, eminentemente televisivos, a los que nada gusta tanto como despotricar y exigir responsabilidades a quienes no las tienen.

No sé. Toda desgracia es lamentable, sentimos compasión por quienes las padecen, se las hayan buscado o no (ejem), y deseamos que logren salir de ellas. Pero, la verdad, yo no entiendo por qué el Estado -es decir, "los demás"- tiene o tenemos la culpa de que unos turistas naufraguen en aguas egipcias y no todos logren salvarse. Tampoco que sólo "los demás" la tengamos de que un atunero que faenaba fuera de la zona protegida haya sido capturado por piratas y sus tripulantes retenidos durante mes y medio. Ni que las familias de esos pescadores -que trabajan en el sector privado- se pongan de inmediato a "exigir" y "reclamar" cosas, algunas tan caprichosas como "una sala VIP" en el aeropuerto de Bilbao. Probablemente se la habrían brindado de todas formas para el encuentro con los secuestrados, pero, ¿de qué mentalidad proviene la idea de la "reclamación"? No hablemos de las nevadas de cada invierno: se anuncian, se desaconseja a los conductores que se echen a las carreteras. Éstos no hacen ni caso, luego se quedan atrapados durante horas, y quienes se la cargan son los meteorólogos, Protección Civil y el Gobierno, más o menos por no haber impedido la caída de copos desde el cielo. Si hay una riada y se inunda un pueblo, en seguida se ve a ciudadanos coléricos, azuzados por las televisiones, exclamando: "¿Dónde están las autoridades? Nos hemos quedado sin luz ni teléfono, y las tuberías están atascadas. ¿Cómo es posible que no se remedie todo al instante?" Pocos parecen capaces de razonar y decirse: "Hombre, con la tromba es normal que todo se haya ido al carajo. A ver si escampa y lo arreglan cuando puedan, buenamente".

Asimismo ha desaparecido, o menguado, el sentimiento de gratitud. Si yo perteneciera a alguno de los cuerpos que echan una mano a la gente en apuros (si fuera bombero, policía, militar o reparador de desperfectos), estaría desesperado al comprobar que casi nadie da las gracias por las duras tareas o rescates que llevan a cabo, sino que lo normal es que los afectados se solivianten porque uno no ha actuado con la suficiente rapidez o -lo que es más cómico y más trágico- no ha adivinado que se iba a producir un incendio, una inundación, un atraco, un secuestro, un atentado, y no los ha impedido. Y qué decir de los médicos y las enfermeras. Suelen ser personas admirables, que hacen lo indecible por salvar vidas y curar enfermedades. Y, cuando nada pueden, son seguramente los primeros en lamentarlo. Pues bien, cada vez es más frecuente que los pacientes y sus familiares, lejos de facilitarles su tarea y sentir agradecimiento hacia ellos, se pongan hechos unos basiliscos cuando se les anuncia que por desgracia no hay remedio. "¿Cómo que no?", gritan enfurecidos, y no es nada raro que peguen a la doctora o al enfermero. "Usted tiene que curar a mi padre de ciento dos años, y si no, es una inepta y se le va a caer el pelo, a usted y a la clínica entera". En cuanto a los maestros y profesores, que se encargan de la noble y paciente misión de desasnar a los asnos (todos lo somos inicialmente), no sólo no reciben a menudo la gratitud de los progenitores de asnos, sino que les llegan sólo sus quejas, su ira e incluso sus agresiones, porque en el fondo esos padres están a su vez deficientemente desasnados y les debe de molestar que sus vástagos se hagan más civilizados que ellos.

Nuestros Gobiernos suelen ser pusilánimes y no se atreven a poner freno a esta creciente creencia, por parte de la población, de que todo le es debido; aunque sea ella sola, por su cuenta y riesgo, la que se meta en un berenjenal o se exponga a una estafa, "los demás" estamos obligados a salvarla o a resarcirla. Todavía estoy esperando a que algún dirigente se plante y lance este sencillo y razonable mensaje: los ciudadanos son libres siempre, luego deben hacerse responsables de sus actos y decisiones.

Apriétense los cinturones


JUAN GOYTISOLO 20/12/2009

En una de las coplas más corrosivas del Cancionero de obras de burla provocantes a risaAposentamiento en Juvera, el anónimo autor satiriza la solemne visita a la península del Legado pontificio Rodrigo Borja -el futuro Papa Alejandro VI-, recibido con gran fausto en Alcalá por los Reyes Católicos gracias al cruel expolio al que fue sometida la población del lugar a fin de sufragar los gastos de la misma en provecho de un puñado de "sanguijuelas públicas", denominadas así por el primer editor moderno del Cancionero, Luis Usoz y Río. titulado el

Según verificamos hoy, el episodio no es agua pasada: a la luz de cuanto acaece estos días, reviste al contrario una insospechada actualidad.

Si los frutos espirituales de la carismática visita de Benedicto XVI a Valencia en julio de 2006 y de su recepción grandiosa a cargo de su Comunidad Autónoma no pueden medirse, los frutos materiales de los que se beneficiaron Teconsa, Special Events, Orange Market, Impact, la trama Gürtel y el amiguito del alma del presidente de aquélla, Francisco Camps, sí: de los 6,4 millones de euros del presupuesto, 3,1 fueron a parar directamente a sus bolsillos ad majorem Dei gloriam y de este selecto grupo de sus avispadas criaturas.

El Vicario de Cristo en la tierra, cuya aura milagrosa debía enardecer el fervor popular, vio potenciado su nimbo con un suministro "de equipamiento de pantallas de vídeo, sonido y megafonía" así como de "instalaciones eléctricas en alta, baja y media tensión", de "telecomunicación electrónica" y un largo etcétera.

Pero la acogida en olor de multitudes se transmutó en hedor tras la difusión por la prensa de la documentación requisada a los artífices y diseñadores del acto.

En una reciente estancia en España, el titular de un periódico madrileño atrajo mi atención: "La Iglesia: pecadores públicos". Por fin, me dije, los obispos han reaccionado frente a la paulatina berlusconización del país y condenan a los corruptos, a la polilla voraz de nuestra democracia. Pero al punto advertí que me equivocaba: los pecadores y herejes privados de la comunión son los diputados que hayan votado a favor de la nueva ley del aborto. Y a mi efímera desilusión se sumó la perplejidad: la defensa de los embriones humanos, ¿merece tan fulminante anatema por parte de quienes condenan en cambio el uso de preservativos ante la pandemia que diezma a la población del continente africano?

Una vez más, comprobé que la Iglesia católica se enquista en su senil intolerancia doctrinal, a contrapelo de la evolución científica de las sociedades modernas, mientras que se muestra acomodaticia en lo que respecta a los gobiernos y autoridades que la sostienen por putrefactos que sean.

Los Camps, Fabras, Encisos, Millets, Matas, etcétera no son pecadores públicos y pueden recibir la eucaristía cuantas veces les apetezca. Quienes aprueban una ley que preserva a los jóvenes de una maternidad indeseada y se esfuerzan en frenar los estragos del sida, no.

Para consuelo de estos últimos -si de verdad se sienten desconsolados- les aconsejo la lectura del poema aljamiado de Juan Zaragoza sobre el Santísimo Sacramento que divulgué en el número de julio de 2009 en El viejo topo.

La conclusión que se impone ante tan grave estrabismo es que el comportamiento indigno de quienes saquean a manos llenas el erario público no preocupa demasiado a una Iglesia que, a fin de cuentas, se lucra con ello como en tiempos del Aposentamiento en Juvera. La reiteración abrumadora de escándalos que salpican a la clase política acaba por aburrir al ciudadano de a pie que, curado ya de sustos, la da por supuesta.

Si, según apuntó en su día Umberto Eco, cuanto más improbable sea el contenido informativo de una noticia mayores serán la enjundia y novedad de su mensaje, hablar de presidentes autonómicos, funcionarios y próceres rapaces es pan cotidiano e insípido.

El notición sería al revés: Fulano lleva 20 años al frente de una administración o entidad públicas y no se ha embolsillado un centavo. Estoy convencido de que los periódicos y canales de televisión le consagrarían sus titulares y divulgarían en sus programas de mayor audiencia.

Las apariciones de Vírgenes, ángeles y santos, acompañadas antaño de milagros de toda índole, no acarreaban gasto económico alguno. Tan sólo después, edificado ya el templo que perpetuaba el lance, la masa de peregrinos que acudían a él en busca de la curación de sus cuerpos y de la salvación de sus almas generaba beneficios.

Mas los tiempos cambian y los actuales organizadores de visitas papales nos sorprenden un día como presuntos mártires amenazados de muerte violenta en una cuneta, a causa de su amor a la verdad y su honradez pública, y el siguiente al volante de un Ferrari descapotable: ¡prodigios de Dios, capaces de sacudir el alma de los incrédulos en nuestros días aciagos de "relativismo moral" y "dictadura laica"!

En vista de ello, habrá que tomar precauciones. Como se anuncie otra visita del Papa a España, ¡ojo al parche!: ¡apriétense los cinturones!

domingo, 13 de diciembre de 2009

Anatemas


MANUEL VICENT 13/12/2009

Existen dos clases de inquisidores: unos son flacos y ascéticos, otros son gordos y hedonistas, pero en ambos casos su mente se halla exenta de dudas y es más fácil extraerles una piedra de la vesícula que arrancarles del corazón un poco de piedad hacia la debilidad humana. El retrato de Giacomo Savonarola, que se conserva en el convento de San Marco de Florencia, muestra un rostro anguloso cuyo perfil de ave rapaz asoma por el capuchón de la cogolla con una palidez enfermiza; en cambio Tomás de Torquemada exhibe una imagen pletórica con los carrillos rellenos y una papada con tres olas carnales hacia el pecho, propia de alguien que ha gozado durante muchos años de los placeres del cochinillo asado con fuego de encina antes de mandar a la hoguera a un número considerable de herejes. Sea creyente o agnóstico, hoy usted también puede elegir entre un inquisidor ascético o un hedonista a la hora de ser condenado al fuego eterno. Pese a que el ser humano es una criatura atrapada por un oscuro terror ante el futuro, en realidad la gente nunca pierde la esperanza de pasarlo lo mejor posible en esta vida sin hacer daño a nadie, puesto que hay placeres del espíritu y de la carne por los que aun vale la pena estar en este mundo, pero frente al deseo común de evitarse problemas existen unos seres que se erigen a sí mismos en representantes del bien en la tierra y señalan con el dedo inexorable desde el altar o desde el televisor la ardua cuesta que deberás subir si no quieres caer en el infierno. Ejemplo de inquisidor ascético es la insigne figura del susurrante cardenal Rouco Varela, enteco, de voz oscura, con absoluto rigor escolástico, al que uno imagina alimentado sólo de acelgas y pescado hervido. En cambio, existe otro diseño de inquisidor pletórico, como monseñor Martínez Camino, capaz de lanzar un anatema con el rostro feliz del que acaba de comerse un codillo. Con un mondadientes todavía en la boca después de una sobremesa muy placentera podría hacerte saber que estás en pecado mortal y que te atengas a las consecuencias. A un inquisidor, clérigo o laico, intelectual o moralista, transido de acelgas o cebado con codillo, le mueve sólo el furor de las ideas, pero es la debilidad humana la que excita aun más su fanatismo.

domingo, 6 de diciembre de 2009

domingo, 29 de noviembre de 2009

¿Por qué cuesta automotivarse?

XAVIER GUIX 29/11/2009

Mientras los estímulos nos llegan de fuera, estar motivado es más fácil. El problema empieza cuando las fuerzas, las ganas y la voluntad tienen que partir de uno mismo y se nota que nos falta práctica en esta disciplina.

Pronto hará un año cuando en Navidad nos hicimos unos cuantos propósitos que, se suponía, nada ni nadie impediría su ejecución desde ese lugar llamado "el mundo de las posibilidades". Puede que el tema no consistiera en propósitos, sino en auténticas necesidades que no admitían demora: bajar ese sobrepeso para evitar indicios de enfermedad. Hacerles hueco a esos estudios imposibles de resolver si se dejan para última hora. Ponerse las pilas en el trabajo para no quedar fuera de servicio o, incluso, apostar definitivamente por esa relación que, de tanto darle tumbos, se encuentra a un paso del precipicio.

Todas estas situaciones apelan a una de las características más importantes de la inteligencia emocional: la automotivación.

O, lo que es lo mismo, esa capacidad de motivarse por uno mismo, de encontrar las fuerzas movilizadoras en nuestro interior, sin tener que esperar a que estímulos externos nos pongan las pilas. Acostumbrados a una sociedad altamente sofisticada precisamente en el arte de proporcionarnos ese tipo de estímulos; a un sistema educativo que premia los resultados finales y a la competitividad; a un sistema productivo basado históricamente en el palo y la zanahoria..., es fácil deducir que no hemos sido entrenados en la tolerancia a la frustración, a la espera paciente y al esfuerzo disciplinado.

Intenciones sin estrategia

Nadie se desembaraza de un hábito o de un vicio tirándolo de una vez por la ventana; hay que sacarlo

por la escalera, peldaño a peldaño

(Mark Twain)

¿Por qué fallan los propósitos? La respuesta requiere una observación y otra pregunta: ¿Cuándo nos hacemos esos propósitos? Cuando una parte de nosotros reconoce lo que debería estar haciendo y no hace. Dicho de otro modo, un propósito suele ser una obligación que nos imponemos. Pero no nos gusta hacer nada por obligación, y menos aún si es por y para nosotros mismos. Ahí es donde se echa en falta la automotivación.

Este año seré puntual; voy a dedicar más tiempo a la familia; haré más deporte; aprenderé inglés; me tomaré las cosas con más tranquilidad... Todas son frases que apuntan a un escenario futuro, al que pretendemos acceder por mero convencimiento. Sinceramente, la cosa así no funciona. Las intenciones sin estrategia son meros brindis al sol.

Si a todo ello le añadimos que los propósitos se suelen plantear coincidiendo con épocas de inicio, ese recomenzar se asemeja a un marcador que se pone a cero, como si el tiempo se aliara con nuestros propósitos para darnos un empujoncito. Se trata de un espejismo más. Volveremos a nuestros hábitos adquiridos a no ser que pongamos en ello algo más que buenas intenciones.

La capacidad de motivarnos tiene mucho que ver con nuestra auténtica voluntad. Pero ¿es lo mismo la voluntad que la intención? Muchas personas dicen, por ejemplo, que quieren dejar de fumar. Ésa es su intención. Se han cargado de excelentes motivos para dejarlo, pero al mismo tiempo reconocen que no tienen suficiente fuerza de voluntad. Por tanto, voluntad e intención son cosas diferentes. Quizá sea útil distinguir entre aquello que hemos convertido en un deseo y aquello que en realidad estamos dispuestos o no a hacer.

Para san Agustín, la voluntad era el centro vital, la vida misma, "la incomprensible certidumbre íntima, la firme seguridad del querer irrevocablemente enderezado a su meta". Pero nuestras mentes tienen el defecto del enredo; nuestros cuerpos se ciñen a la inmediatez del deseo; nuestros estados de ánimo nos adormecen ante lo inapetente, desalojando a la voluntad del primer plano de nuestra visión.

El filósofo José Antonio Marina observa la voluntad como la motivación inteligentemente dirigida. Marina va más allá de aquella vieja voluntad, entendida como una facultad innata, y la redefine más como un proceso que como un concepto: inhibir el impulso, deliberar, decidir y mantener el esfuerzo. Ése podría ser el proceso para automotivarse.

hacer lo que nos da la gana

¿Por qué aguardas con impaciencia las cosas? Si son inútiles para tu vida, inútil es también aguardarlas. Si son necesarias, ellas vendrán, y vendrán a tiempo (Amado Nervo)

Dice Abraham Maslow que estamos motivados cuando sentimos deseo, anhelo, voluntad, ansia o carencia. O, lo que es lo mismo, cuando necesitamos resolver nuestras necesidades. Algunas son básicas, pero muchas otras se generan por nuestra capacidad de crearnos todo tipo de expectativas. Dicho de forma menos elegante: vamos detrás de lo que nos da la gana aunque probablemente no nos haga falta alguna. Pero se nos ha metido entre ceja y ceja y ahora sólo queda consumirlo, de lo contrario nos parecerá morir de un ataque de angustia. Ese problema se llama inmediatez e incapacidad de controlar los impulsos, muy propio de nuestra contemporaneidad.

En una investigación sobre la motivación humana, propusieron a unos niños un curioso dilema. Los dejaban solos en una habitación con una golosina encima de la mesa. Les decían: "Si quieres, te la puedes comer ahora mismo y ya está. Pero si tienes un poco de paciencia, más tarde te daremos dos. Las imágenes fueron muy reveladoras entre aquellos niños que no resistían la tentación y aquellos otros que desplegaron un sinfín de estrategias para aguantar. Eso diferencia a unos de otros, la capacidad de tolerar la ansiedad de la espera, de postergar la gratificación en lugar de responder al primer impulso.

De mayores seguimos haciendo lo mismo, luchamos entre hacer lo que nos da la gana o adaptarnos a las exigencias del medio cuando nos impone un esfuerzo personal. Eso cuesta más mientras circulen mensajes publicitarios del tipo "Lo quieres, lo tienes". Hace falta mucho autocontrol y tener muy claras nuestras motivaciones si queremos sobrevivir a la vorágine social, haya más o menos crisis. Que la motivación venga de fuera es lo más fácil. En cambio, nos fortalecemos cuando somos capaces de motivarnos por nosotros mismos.

Más fluir, menos sufrir

El pesimismo conduce a la debilidad; el optimismo, al poder (Williams James)

Qué sentido puede tener hacerse propósitos que no vamos a cumplir, si no es para autocastigarnos un ratito y retomar ese viejo discurso que nos acompaña hace años, consistente en demoler nuestra identidad por nuestras incapacidades. Nos infligimos un cierto sufrimiento como para expiar la culpa de no tener más voluntad a mano. Entonamos un mea culpa por el desánimo que sentimos ante el esfuerzo que nos hemos ahorrado.

Automotivarse, como todo, es un aprendizaje. Y aprendemos entrenándonos. Y nada mejor para lograrlo que unas cuantas pequeñas frustraciones, para darnos cuenta de que podemos sobrevivir al ataque de nuestras compulsiones. La automotivación se ejercita cuando somos capaces de orientarnos hacia el logro, obteniendo como beneficio la satisfacción por el esfuerzo realizado, por la ilusión y el optimismo que hemos generado en la aventura de conquistar nuestros retos cotidianos. Cuando, en definitiva, fluimos con lo que hacemos. Ese fluir es impagable.

domingo, 8 de noviembre de 2009

Máscaras


MANUEL VICENT 08/11/2009

En la fiesta de la Merced un cura llamado don Frutos celebraba una misa en una galería de la cárcel repleta de presos de toda índole. Un coro de internos alrededor de un armonio cantaba sentidas plegarias y era difícil calibrar cuál de todos lo hacía con más unción. Asistí a la ceremonia junto a un celador, al que pregunté qué delito había cometido cada uno de los cantores. El del chándal rojo, que sin duda parecía el más devoto, había violado a sus cuatro hijas, una detrás de otra; el gordito de la camisa blanca había matado a su novia a cuchilladas; el más enteco, con apenas sesenta kilos de peso, había atracado un banco con una recortada. Antes de conocer sus antecedentes, aquellos internos tan piadosos parecían tener un rostro anodino e intercambiable, como los que uno ve discurrir por la calle o en la escena pública, pero una vez desvelado su pasado, a partir de ese momento el rostro de cada uno se adaptó de forma misteriosa al crimen que había cometido. Evidentemente uno tenía cara de violador, otro de asesino, otro de atracador. Se trata de un fenómeno psico-somático al que asistimos todos los días. Sin moverse del balcón de palacio ante la multitud de Bucarest, el dictador Nicolai Ceaucescu en un solo minuto cambió su rostro de padre de la patria por el de Drácula. Mientras Bernard Madoff estaba en la cumbre de las finanzas de Wall Street, venerado por muy selectos inversores, su rostro expresaba confianza, inteligencia y sagacidad. Inmediatamente después de que su inmenso fraude se hiciera público, su cara, sin cambiar de expresión, se convirtió en la imagen paradigmática del ladrón. Un político de derechas o de izquierdas, que sea ejemplo de virtudes cívicas; un moralista que agite el látigo contra los vicios de la sociedad, si un día aparece esposado recogiendo sus pertenencias en un saco de basura del furgón de la policía, su rostro, sin cambiar de naturaleza, en adelante mostrará al corrupto o al sátiro que llevaba dentro, de cuya máscara ya no podrá desprenderse jamás. Mientras don Frutos aleccionaba desde el altar a los presos que llenaban la galería, pensé que todo el mundo, desde el gángster Capone al padre de familia más honrado, tiene una imagen en la cara adaptable al delito que acaba de cometer.

domingo, 25 de octubre de 2009

La culpa


MANUEL VICENT 25/10/2009

En el protestantismo la relación del creyente con Dios se desarrolla de forma íntima y personal; por el contrario, en el catolicismo ese contacto se establece siempre a través de un intermediario ineludible, que es el cura. Si el protestante comete un grave pecado, la culpa y el perdón se convertirán en una neurosis instalada en su nuca como la mordedura de la serpiente hasta la muerte; en cambio un católico puede matar, robar, violar y seguir llevando tan campante una vida de crápula, porque si en plena agonía un cura le absuelve, será recibido en reino de los cielos por un coro de ángeles como si no hubiera pasado nada. Por eso el cura católico es un auténtico momio, que hay que tener siempre a mano como una garantía de salvación. Si esta situación religiosa particular se traslada a la vida pública, la actitud frente a la corrupción política también es distinta según se trate de un país católico o luterano. El control del presupuesto del Estado es el origen de la democracia, adoptada como un sistema de derechos y al mismo tiempo de una mutua sospecha de la debilidad humana. La democracia es una máquina de sacar basura a la superficie mediante la libertad de expresión. No hay que escandalizarse. Sólo hay que felicitarse si las bombas de achique funcionan. El luterano es consciente de que el ser humano tiene la mano muy larga y tarde o temprano intentará meterla en la caja, de modo que hay que organizar el presupuesto de forma que sea extremadamente difícil robar. Cualquier político en el poder tiene siempre a dos adversarios enfrente vigilando el dinero público. Si te pillan, caerás fulminado, quedarás aniquilado para siempre y después allá te las entiendas con Dios. No sucede lo mismo en un país católico, donde el ciudadano tiene la íntima convicción, nacida de mil años de confesionario, de que cualquier tropelía puede ser perdonada con una mínima penitencia. Ahora mismo en la católica España campan por la vida pública, como muertos vivientes, unos políticos abrasados por la corrupción, que esperan ser absueltos por las urnas para volver al gobierno entre aplausos, como el cura católico que en plena agonía confiesa al creyente de cualquier crimen para que pueda entrar en el cielo con un jamón en la mano.

domingo, 18 de octubre de 2009

La cola


MANUEL VICENT 18/10/2009

Cuatro generaciones ocupan un siglo. Por otra parte se calcula en cien mil millones el número de habitantes humanos que ha pasado ya por este planeta. Imagina que ese gentío está todo en pie agolpado a nuestra espalda formando una densa cola y cada generación se halla separada por un metro de distancia. Si uno recorriera esa cola en sentido inverso, como quien pasa revista a la historia, cuatro metros detrás estaría Einstein elaborando la ley de la relatividad; a trece metros podríamos ver a Napoleón en Waterloo; dieciséis metros más allá sería el Renacimiento con Lorenzo de Médicis, Leonardo da Vinci y Galileo; a ochenta metros podríamos ver a Jesús de Nazaret en el Gólgota; a cien metros aparecería Sócrates dentro de una sábana en el ágora; muy cerca estaría Buda bajo la higuera y un poco más allá de los griegos nos harían señales con la mano algunos faraones. Luego vendría un gran espacio muerto, tierra de nadie y habría que empezar a contar no en siglos, sino en millones de años. Tendríamos que recorrer cuatrocientos metros hacía atrás para llegar al neolítico. Después la cola se perdería en el horizonte y a cuatro kilómetros descubriríamos al homo sapiens, a veinte kilómetros veríamos a un primate manejando por primera vez el fuego, a treinta y dos kilómetros estaríamos en Atapuerca y a trescientos veinte kilómetros llegaríamos al reino común que compartimos un día con los gorilas y chimpancés. Sobre esa inmensa cola de cien mil millones de seres sólo ha brillado la inteligencia en un ínfimo tramo. El resto fue un abismo antes de que lentamente sobre esa insondable muchedumbre comenzara a clarear la conciencia. Nadie se cuestiona hoy si el hombre de Atapuerca está en el cielo o en el infierno, pero uno se pregunta quién sería el que introdujo en esa cola el sentido de la culpa y el castigo, quién predicó la inmortalidad y comenzó a enterrar a los muertos, quién se coronó con unos cuernos de oro e impuso la ley del más fuerte. Es evidente que en los últimos metros de esa cola unos pocos héroes han conquistado la libertad entre terribles convulsiones, pero el río humano continúa de forma convulsa y uniformemente acelerada hacia lo desconocido. Unos metros más adelante y la humanidad ya estará plantando tomates en otro planeta.

lunes, 12 de octubre de 2009

miércoles, 23 de septiembre de 2009

Libres y conscientes, pero infelices.

Se trata de un vídeo del Programa Redes (nuestro entrañable Eduard Punset) y trata de la relación consciente-subconsciente.

Enlace al vídeo.

domingo, 20 de septiembre de 2009

El terrible miedo al compromiso

REPORTAJE: PSICOLOGÍA


XAVIER GUIX 20/09/2009

Queremos estar enamorados y luego nos entra el pánico. Es básico conocer nuestro estilo afectivo para ser capaces de vivir acorde con él con integridad y sin hacer daño a los demás. Queremos estar enamorados y luego nos entra el pánico. Es básico conocer nuestro estilo afectivo para ser capaces de vivir acorde con él con integridad y sin hacer daño a los demás. Por Xavier Guix. Fotografía de Alberto Vázquez

Si corren malos tiempos para la pareja, aún anda peor la capacidad de emparejarnos. Vivimos una especie de epidemia que consiste en desear de una manera loca estar enamorados para después sufrir como una condena ese lazo por el que tanto suspiramos. El compromiso afectivo da un miedo terrible.

Debe de ser verdad que, a pesar de lo mucho que hoy sabemos de la vida, seguimos cometiendo el error de vivir entre la felicidad y el sufrimiento. Un ejemplo lo podemos observar en los emparejamientos actuales. Nadie quiere renunciar a la pasión abrasadora del enamoramiento, pero a la vez se quieren evitar los quehaceres del compromiso. Ya ni tan siquiera sirve aquello de “ni contigo ni sin ti”. Ahora sólo funciona el “contigo, pero sin ti”.

El ascenso de eso que venimos llamando miedo al compromiso afectivo está alcanzando tal magnitud, que cabe pensar si realmente es un problema sólo de miedo o si estamos ante un cambio de modelo afectivo que también está en pleno proceso de transformación. Incluso hay quien se cuestiona si no habremos sobrevalorado la pareja como forma de transitar por este mundo.

Cuestión de estilos afectivos

Puede uno amar sin ser feliz; puede uno ser feliz sin amar; pero amar y ser feliz es algo prodigioso (Honoré de Balzac)

Cuando dos personas se gustan e inician ese periodo de cortejo, que hoy dura lo que dura un telediario, se ponen en juego dos estilos afectivos. Es decir, dos maneras de amar. Nadie ama igual, aunque la psicología reconoce algunos estilos en los que todos podemos más o menos identificarnos.

El estilo afectivo tiene mucho que ver con cómo hemos sido amados en nuestra más temprana infancia y en cuál ha sido nuestra respuesta, es decir, con cómo hemos gestionado el apego. De eso se ocuparon hace ya unos años el psicólogo John Bowlby, además de Harry Harlow y posteriormente Mary Ainsworth. Dicha teoría del apego enfatiza la importancia del vínculo emocional que desarrolla el niño con sus padres o sus cuidadores de referencia.

Distinguieron tres tipos de apego: el seguro, el inseguro y el ambivalente. Eso lo observaron al realizar una serie de actividades, que voy a simplificar, en las que las madres dejaban al niño solo, jugando, para volver más tarde, o bien la madre permanecía en compañía de otra persona adulta.

Al irse mamá, todos los niños solían llorar para luego entretenerse en sus juegos. Lo interesante llegaba al volver la madre. Los niños de apego seguro se alegraban de su vuelta y se echaban a sus brazos. Los niños de apego inseguro, en cambio, se hacían los remolones, ignorando el contacto con la madre. Como una especie de “me has hecho sufrir, pues ahora paso de ti” (¿les suena eso aún hoy como adultos?). Los ambivalentes eran los más ansiosos, reaccionando ahora de una manera, ahora de otra. Esa huella la mantenemos casi de por vida.

El apego hoy

Nunca amamos a nadie: amamos sólo la idea que tenemos de alguien.

Lo que amamos es un concepto nuestro, es decir, a nosotros mismos (Fernando Pessoa)

Estudios más recientes han actualizado esta teoría y han adecuado los estilos de tal manera que llega a entenderse por qué tanta gente teme el compromiso. Así se puede hablar de cuatro estilos en los que todos andamos más o menos metidos: el seguro, el preocupado, el huidizo y el temeroso.

A grandes rasgos, y para no andar con demasiados tecnicismos psicológicos, el estilo seguro se reconoce porque mantiene un adecuado equilibrio entre las necesidades afectivas y la autonomía personal. Suelen ser personas que tienen un modelo mental positivo tanto de sí mismas como de los demás, es decir, que confían en sí mismas, con una elevada autoestima y comodidad en las relaciones interpersonales y en la intimidad.

El estilo preocupado se caracteriza por un modelo mental negativo de sí mismo y positivo de los demás, con una elevada necesidad de apego. Son personas con baja autoestima, conductas de dependencia, con una necesidad constante de aprobación y una preocupación excesiva por las relaciones. En los casos extremos puede caer en conductas hostiles, como los malditos celos.

El miedo a amar

La señal de que no amamos a alguien es que no le damos todo lo mejor que hay en nosotros (Paul Claudel)

Al estilo huidizo se le puede añadir la coletilla “alejado”, puesto que viven las relaciones en un estado continuo de acercamiento-alejamiento. Son los que más dicen quererse enamorar para después sentirse con la soga al cuello. Por eso huyen. Suelen ser personas con una elevada autosuficiencia emocional, una baja activación de los deseos de apego, muy orientados al logro de sus objetivos y una elevada incomodidad con la intimidad. Por desgracia, los que sufren este tipo de apego confunden su necesidad de alejamiento con la falta de amor y por eso rompen relaciones una detrás de otra. Son los más proclives a huir del compromiso, y cuando lo logran hay que procurar no atarlos en corto.

Finalmente está el estilo temeroso, con un modelo mental que podríamos caricaturizar como “yo estoy mal, pero tú estás peor”. Se caracterizan por sentirse incómodos en situaciones de intimidad, por una elevada necesidad de aprobación, por considerar las relaciones como algo secundario y por una baja confianza en sí mismos y en los demás. El estilo temeroso tiene necesidades de apego frustradas, puesto que, al mismo tiempo que necesitan el contacto social y la intimidad, el temor al rechazo que les caracteriza les hace evitar activamente situaciones sociales y relaciones íntimas.

A todo ello hay que sumar las experiencias vividas que modelan sin duda nuestros estilos afectivos. Aunque podríamos discutir qué fue primero, si el huevo o la gallina, o el nido, es cierto que el miedo a amar también se reconoce ante los sufrimientos causados por amores mal entendidos. Por engaños y autoengaños. Por corazones rotos y desgarrados por el dolor del desamor. Nadie quiere volver a sufrir así. No es necesario. Por eso podemos aprender a amar desde la plenitud. Y eso empieza por aprender a amarse a uno mismo.

Amar con conciencia

Amar no es mirarse el uno al otro; es mirar juntos en la misma dirección (Antoine de Saint-Exupéry)

Conocer el estilo afectivo propio es fundamental. Primero para poder identificar las dificultades que tenemos en el marco de las relaciones y que no dependen sólo de con quién nos juntamos, para tomar responsabilidad sobre ello. Pero también significa aprender a vivir de acuerdo con el estilo afectivo que queramos desarrollar en la vida. No todo el mundo tiene que pasar por la vicaría, ni tiene que tener una familia, ni es un discapacitado emocional por no convivir en pareja. Lo importante es responsabilizarse de las elecciones que hacemos en cada momento, con integridad y sin dañar a los demás.

Arrastramos aún la necesidad de crear marcos en los que encajar nuestra existencia. Son útiles, ya que así sabemos cómo actuar y dónde están los límites. Pero también nos quitan flexibilidad, no nos permiten, como la vida misma, fluir con el presente y con los acontecimientos, sino que nos etiquetan, normativizan y crean expectativas y obligaciones que nos quitan autenticidad. Eso es lo que ocurre con el amor a veces. Se dan por hecho tantas cosas que es inevitable vivir en el autoengaño. Por eso, cuando Cupido se quita la venda de los ojos, no nos podemos creer en lo que nos hemos convertido.

Prefiero pensar que hoy disponemos de una conciencia diferente, la cual nos permita elaborar las relaciones día a día, sabiendo que andamos continuamente sobre la fina cuerda de la incertidumbre y que todo se debe ir resolviendo si hay capacidad de amarse. Y eso empieza por asumir cómo amamos y cómo queremos ser amados.

domingo, 6 de septiembre de 2009

Liberarse de la dependencia hacia el otro

BORJA VILASECA 06/09/2009

Sufrimos por lo que no tenemos. Y por la idea de perder aquello que apreciamos. Pero ser felices consiste en estar a gusto con nosotros mismos. En llenar nuestro interior.

Los celos nacen del miedo a perder lo que se tiene. Destruyen el bienestar y la libertad. Aunque pueda parecer lo mismo, el apego es lo contrario del amor.

Los seres humanos sufrimos por querer lo que no tenemos. La persona que nos gusta, el trabajo soñado, más tiempo libre o un coche deportivo. Sin embargo, por el camino nos olvidamos de lo que verdaderamente necesitamos. Al obsesionarnos con el objeto de nuestro deseo, de forma inconsciente terminamos idealizándolo. Creer que cuando lo obtengamos nos dará la felicidad.

Al conseguir eso que tanto anhelamos, de pronto comenzamos a sufrir por miedo a perderlo, a que nos lo estropeen. Y este temor nos contamina con dosis diarias de ansiedad, atascándonos en un callejón sin salida: no podemos vivir felices con ello ni sin ello…

Devorador de bienestar

“Vivimos encadenados a lo que llamamos felicidad” (Anthony de Mello)

Detrás de nuestros deseos y miedos se esconde uno de los virus más letales que atenta contra la salud emocional: el apego. Según la Real Academia Española, significa “inclinación hacia alguien o algo”. Popularmente, también se considera sinónimo de “afecto”. Pero estas definiciones sólo ponen de manifiesto lo poco que conocemos a este gran devorador de nuestra paz interior.

Hay quien dice que el apego es “sano”, una muestra de “amor”. Otros afirman que “cuanto más apego se tiene, más se ama”. Nada más lejos de la realidad.

Y entonces, ¿qué es el apego? Podría definirse como “el egocéntrico afán de controlar aquello que queremos que sea nuestro y de nadie más”. Implica “creer que lo que nos pertenece es imprescindible para nuestra felicidad”. Sin embargo, más que unirnos, el apego nos separa de lo que estamos apegados, mermando nuestro bienestar y nuestra libertad.

Los celos no son amor

“El amor es una palabra maltratada y pisoteada por la sociedad” (Jiddu Krishnamurti)

“Sin ti no soy nada”. “Lo mejor de mí eres tú”. “Necesito saber que me deseas”. “No puedo pasar un día sin saber de ti”. “Por ti sería capaz de matar”. Estas frases, por muy románticas que puedan sonar, suelen pronunciarse en el seno de una pareja envenenada por el apego.

Al creer que nuestra felicidad depende de la persona que queremos, destruimos cualquier posibilidad de amarla. Bajo el embrujo de esta falsa creencia, nace en nuestro interior la obsesión de garantizar que esté siempre a nuestro lado. Y el miedo a perderla nos lleva a tomar actitudes defensivas. Es entonces cuando aparecen los celos. Etimológicamente, esta palabra proviene del griego zelos, que significa “recelo que se siente de que algo nos sea arrebatado”. Revelan que vemos a nuestra pareja como algo que nos pertenece.

Intentamos cambiarla y ponerle límites. Y así el conflicto está garantizado, manchando nuestra relación de tensiones. Curiosamente, el mismo apego que nos ha separado, a veces nos mantiene enganchados por temor a quedarnos solos, a lo que digan los demás.

La prisión del materialismo

“Lo que posees acabará poseyéndote” (Chuck Palahniuk)

Más allá de dañar nuestras relaciones, el apego también pervierte lo que nos interesa a nivel profesional. Está presente en nuestro afán de éxito. Movidos por el deseo de ser reconocidos, podemos medir nuestro valor como personas en función de los resultados que obtenemos.

A veces nos obsesionamos tanto por la meta, que nos olvidamos de disfrutar el camino que nos conduce hasta ella. Y no sólo eso. La ambición puede terminar corrompiendo aquello que un día amábamos hacer, condicionando nuestras motivaciones y forma de trabajar. Según un proverbio oriental, “cuando un arquero dispara una flecha por puro placer, mantiene toda su habilidad. Cuando dispara esperando ganar una hebilla de bronce, ya se pone algo nervioso. Pero cuando dispara para ganar la medalla de oro, se vuelve loco pensando en el premio y pierde la mitad de su habilidad, pues no ve un blanco, sino dos”.

Buscamos fuera lo que no encontramos dentro. Consumimos compulsivamente. Sin embargo, ¿cuánto dura nuestra satisfacción? Si somos honestos con nosotros mismos, tal vez descubramos el verdadero precio que pagamos por buscar en el lugar equivocado. En palabras de Buda, “lo que más me sorprende son los hombres que pierden la salud para juntar dinero y luego pierden el dinero para recuperar la salud”.

La seguridad es una ilusión

“Quien tiene miedo sin peligro inventa el peligro para justificar su miedo” (Alain)

La mayoría de nosotros siente un profundo temor a la muerte. La negamos. Aunque mueran cada día miles de personas, nos da pánico que de pronto llegue nuestro turno y desaparecer sin más.

Convertimos desesperadamente nuestra existencia en algo seguro. Nos “esposamos” a través del matrimonio. Firmamos un contrato indefinido con una empresa. Solicitamos al banco una hipoteca para comprar un piso. Y, más tarde, un plan de pensiones para estar tranquilos cuando llegue la jubilación. Seguimos lo que nos dice el sistema que hagamos para llevar una vida “normal”.

Pero por más que nos esforcemos, no calmamos nuestra inquietud interna. ¿Qué sentido tiene buscar certezas en un mundo imprevisible? La única seguridad que tenemos es que la incertidumbre sólo desaparece con nuestra muerte. No podemos escapar de la inseguridad. El reto consiste en aceptarla y confiar más en nosotros mismos.

La inutilidad del afecto

“Tú eres lo único que falta en tu vida” (Osho)

Llegados a este punto, ¿es posible vivir sin apegos? Por supuesto, pero es una hazaña que requiere comprender que lo que necesitamos para ser felices está dentro de nosotros, y no fuera. “Ser felices” quiere decir que “estamos a gusto, cómodos y en paz con nosotros mismos. Cuando sentimos que no nos falta de nada”. La trampa consiste en creer que algo vinculado con el futuro nos dará lo que no nos estamos dando aquí y ahora.

Mediante el equilibrio interno podemos cultivar el desapego en nuestra relación con todo lo demás. Compartir lo que somos, agradecidos de recibir lo que otras personas y la vida nos quieran dar. Nada ni nadie nos pertenece. Tan sólo gozamos del privilegio de disfrutarlo temporalmente. Más que nada, porque todo está en permanente cambio.

Así lo refleja una historia sobre Alejandro Magno. Se cuenta que encontrándose al borde de la muerte, el gran rey de Macedonia convocó a sus generales para comunicarles que quería que su ataúd fuese llevado a hombros, transportado por los propios médicos de la época. También les pidió que los tesoros que había conquistado fueran esparcidos por el camino hasta su tumba. Por último, les insistió en que sus manos quedaran balanceándose en el aire, fuera del ataúd, a la vista de todos. Asombrado, uno de sus generales quiso saber qué razones había detrás de tan insólitas peticiones. Y Alejandro Magno le respondió: “Primero, quiero que los más eminentes médicos comprendan que, ante la muerte, no tienen el poder de curar. Segundo, quiero que todo el pueblo sepa que los bienes materiales conquistados, aquí permanecerán. Y tercero, quiero que todo el mundo vea que venimos con las manos vacías y que con las manos vacías nos marchamos”.

La trampa del deseo

Para no caer en las garras del apego es importante hacernos más conscientes de qué deseamos y por qué. Porque nos desconecta de lo único a nuestro alcance: vivir conectados con nuestro bienestar interno. Cuenta una parábola sufí que “un pescador encontró entre sus redes una botella de cobre con un tapón de plomo. Al abrirla, apareció un genio que le concedió tres deseos. El pescador le pidió en primer lugar que le convirtiera en sabio para poder hacer una elección perfecta de los otros dos deseos. Una vez cumplida esta petición, el pescador reflexionó y dio las gracias al genio diciéndole que no tenía más deseos”.

Para cultivar el desapego

1. Libro

‘Un nuevo mundo ahora’, de Eckhart Tolle (Debolsillo). Un ‘best-seller’ que desenmascara las motivaciones egoístas y egocéntricas que hay detrás del deseo, el miedo y la dependencia.

2. Película

El balón


MANUEL VICENT 06/09/2009

Mientras en un descampado del arrabal unos chavales dan patadas a una pelota de trapo, en una plaza vecina bajo los árboles bien cuidados un niño rico recién peinado sale con un balón de reglamento bajo el brazo seguido de unos amigos de su clase. En este caso, siempre se cumple el mismo rito. El dueño del balón decide jugar de portero o de delantero centro, un antojo que nadie discute, y al propio tiempo impone las reglas y se convierte también en árbitro. Los niños del arrabal se acercan a la plaza al oír los gritos y llenos de envidia o de admiración desde la acera contemplan el juego de aquellos privilegiados que juegan al fútbol con un balón de cuero de la mejor marca. A veces el amo de la pelota se siente generoso y permite que el grupo de desarrapados del arrabal participe en el juego y unos y otros comienzan a darse patadas y todo va bien hasta que llega el momento en que si los invitados meten muchos goles y todo indica que van a ganar, el niño rico detiene el juego, coge el balón y se va a casa con sus amigos. Desde siempre en la política española la derecha se ha creído dueña del balón de reglamento. El balón es propiamente el Estado. Cuando el Partido Popular, al sentirse perdido, carga con todo desparpajo contra los jueces, fiscales, policías, tribunales, funcionarios y altas instituciones, se comporta como aquel niño rico en los partidos de fútbol de barrio. Durante la etapa de Felipe González, con el pretexto de la corrupción y de los crímenes del GAL, la derecha no dudó en darle una patada a la caja de Pandora donde se asientan los fundamentos del poder y se guardan los secretos de Estado, sin importarle que se liberaran todas sus serpientes. Y ahora que se ve atrapado por la corrupción de algunos de sus políticos tampoco se detiene a la hora de desacreditar a las instituciones más sagradas y acusa al gobierno socialista de espionaje, complot, conspiración como lo hizo también tras el atentado de Atocha del 11 de marzo. La izquierda española deberá saber que sólo será admitida en el juego si conserva intacto el complejo de okupa, se comporta como invitada o a lo sumo como arrendataria y respeta las reglas del amo, puesto que la derecha se siente por naturaleza la dueña de la cancha, del balón y del árbitro.

miércoles, 12 de agosto de 2009

Ojo con la desobediencia a Yavé...

En el Levítico, capítulo 26, Jehová enumera los castigos para los que desobedezcan sus normas. Son muy propios de este dios furibundo y algunos son geniales. Ahí van:

Castigo por la desobediencia


14 "Pero si no me escucháis y no ponéis por obra todos estos mandamientos, 15 y si rechazáis mis estatutos y vuestra alma menosprecia mis decretos, no poniendo por obra todos mis mandamientos e invalidando mi pacto, 16 entonces yo también haré con vosotros esto: Decretaré contra vosotros terror, tisis y fiebre que consuman los ojos y dejen exhausta el alma. Sembraréis en vano vuestra semilla, porque vuestros enemigos se la comerán.

17 "Yo pondré mi rostro contra vosotros, y seréis derrotados ante vuestros enemigos. Los que os aborrecen se enseñorearán de vosotros, y huiréis sin que nadie os persiga. 18 Si aun con estas cosas no me obedecéis, volveré a castigaros siete veces más por vuestros pecados.

19 "Quebrantaré la soberbia de vuestro poderío y haré que vuestro cielo sea como hierro y que vuestra tierra sea como bronce. 20 Vuestra fuerza se agotará en vano; pues vuestra tierra no dará su producto, ni el árbol de la tierra dará su fruto. 21 Y si continuáis siéndome hostiles y no me queréis obedecer, yo aumentaré la plaga sobre vosotros siete veces más, según vuestros pecados.

22 "Enviaré contra vosotros animales del campo que os privarán de vuestros hijos, destruirán vuestro ganado, y os reducirán en número, de tal manera que vuestros caminos queden desiertos. 23 Si con estas cosas no os corregís ante mí, sino que continuáis siéndome hostiles, 24 yo mismo procederé también contra vosotros con hostilidad y os azotaré siete veces más por vuestros pecados.

25 "Traeré sobre vosotros la espada vengadora, en vindicación del pacto. Y si os refugiáis en vuestras ciudades, yo enviaré la peste entre vosotros, y seréis entregados en mano del enemigo. 26 Cuando yo os corte el sustento de pan, diez mujeres cocerán vuestro pan en un solo horno, y os darán el pan tan racionado que comeréis pero no os saciaréis. 27 Si a pesar de esto no me obedecéis, sino que continuáis siéndome hostiles, 28 procederé contra vosotros con ira hostil y os castigaré siete veces más por vuestros pecados.

29 "Comeréis la carne de vuestros hijos; también la carne de vuestras hijas comeréis. 30 Destruiré vuestros lugares altos, derribaré vuestros altares donde ofrecéis incienso, amontonaré vuestros cuerpos inertes sobre los cuerpos inertes de vuestros ídolos, y mi alma os abominará. 31 Convertiré vuestras ciudades en ruinas, dejaré asolados vuestros santuarios y no aceptaré el grato olor de vuestro incienso. 32 También asolaré la tierra, de manera que se asombrarán de ella vuestros enemigos que la habiten.

33 "A vosotros os esparciré entre las naciones. Desenvainaré la espada en pos de vosotros, y vuestra tierra será asolada y vuestras ciudades convertidas en ruinas. 34 Entonces la tierra disfrutará de su reposo durante todos los días de su desolación, mientras vosotros estéis en la tierra de vuestros enemigos. ¡Entonces la tierra descansará y disfrutará de su reposo! 35 Todo el tiempo que esté asolada disfrutará del reposo que no disfrutó mientras vosotros disfrutabais de vuestro reposo cuando habitabais en ella.

36 "En los corazones de los que queden de vosotros, infundiré tal cobardía en la tierra de sus enemigos que el ruido de una hoja sacudida los ahuyentará. Y huirán como quien huye de la espada y caerán sin que nadie los persiga. 37 Tropezarán los unos con los otros, como si huyeran de la espada, aunque nadie los persiga. No podréis resistir ante vuestros enemigos. 38 Pereceréis entre las naciones, y la tierra de vuestros enemigos os consumirá. 39 Los que queden de vosotros se pudrirán a causa de su iniquidad, en la tierra de vuestros enemigos. También a causa de la iniquidad de sus padres, se pudrirán juntamente con ellos.

40 "Si ellos confiesan su iniquidad y la iniquidad de sus padres, por la infidelidad que cometieron contra mí, y también por la hostilidad con que me han resistido 41 (pues yo también habré actuado con hostilidad contra ellos y los habré metido en la tierra de sus enemigos); si entonces se doblega su corazón incircunciso y reconocen su pecado, 42 yo me acordaré de mi pacto con Jacob, y me acordaré de mi pacto con Isaac y de mi pacto con Abraham; y me acordaré de la tierra. 43 Pero la tierra quedará abandonada por ellos y disfrutará su reposo estando desolada en ausencia de ellos. Mientras tanto, ellos serán sometidos al castigo de sus iniquidades, porque menospreciaron mis decretos y porque su alma detestó mis estatutos.

44 "Aun con todo esto, estando ellos en la tierra de sus enemigos, yo no los rechazaré ni los detestaré hasta consumirlos, invalidando mi pacto con ellos; porque yo, Jehovah, soy su Dios. 45 Pero a favor de ellos me acordaré del pacto con sus antepasados, a quienes saqué de la tierra de Egipto a la vista de las naciones, para ser su Dios. Yo, Jehovah."

46 Estas son las leyes, los decretos y las instrucciones que Jehovah estableció entre él y los hijos de Israel en el monte Sinaí, por medio de Moisés.


Confieso que eso de comerse la carne de los hijos y las hijas, así como lo de destruir "los lugares altos", es algo que acongoja...

viernes, 7 de agosto de 2009

domingo, 12 de julio de 2009

Brindis

MANUEL VICENT 12/07/2009

Alguna gente madura, tal vez la más lúcida, suele pensar con acierto que lo mejor que tiene la juventud es que ya pasó. Fue una época breve y radiante, romántica y vigorosa, pero también llena de luchas, temores, dudas, celos y rivalidad. Alrededor de los 50 años, en cualquier biografía llega un momento en que el caballo de fuego que uno llevaba dentro comienza a perder la ansiedad en el galope y aun sin abandonar la curiosidad ante la vida siente que hay que tomarse las cosas con más calma. A qué viene tanta prisa, se dice a sí mismo una mañana. De pronto uno se da cuenta de que no tiene que correr detrás del autobús ni necesita presentarse ya a ningún examen ni le inquietan las modas ni se ve obligado a cambiar de costumbres y cada día le importa menos lo que piensen de él los demás. No ha dimitido de ninguna idea ni ha cambiado de bando. Le siguen cabreando los mismos políticos, las mismas injusticias, los mismos fanáticos, los mismos idiotas, pero no está dispuesto a que ninguno de ellos le estropee una buena digestión. Si uno es viejo lo peor es comportarse como un joven. Cada edad tiene su baraja con placeres que pueden ser tan intensos como uno quiera, si sabe jugar las cartas. Peor que querer ser joven a toda costa es tener ya ideas de carcamal con apenas 30 años. Gente joven envejecida la vemos y oímos todos los días en las tertulias de la radio y de la televisión. Del primer caso lo salva a uno el sentido del ridículo; en el segundo no hay cura posible porque es cuestión de carencia de minerales. El hecho de que uno con el tiempo alcance cierta serenidad y contemple las cosas con una sabia perspectiva no impide blasfemar si llega el caso. Marco Aurelio debe darle la mano a Epicuro y la resignación no tiene por qué dejar de ser creativa. Lo que ibas a ser de mayor ya lo eres y lo que no ibas a ser ya no lo fuiste. Adiós a la juventud. Se acabaron las luchas, los nervios y las dudas por la identidad. Para una persona madura hoy es el futuro que tanto temía. Ya ves, no ha pasado nada. No ha caído la bomba atómica, has salido bien de una grave enfermedad, al final la crisis económica se ha superado y tus hijos son más altos y más listos. Encima el sol sale todas las mañanas y tú estás vivo. Hay que brindar.

sábado, 11 de julio de 2009

Democracias perplejas

La elevada abstención en las últimas citas electorales es una crítica rotunda a la manera actual de hacer política. Los valores públicos están en quiebra y no hay grandes diferencias en los programas de los partidos

JOSÉ VIDAL-BENEYTO 11/07/2009

Vivimos bajo el signo de la perplejidad. El imperio de la corrupción, el descrédito unánime de las instituciones, el nepotismo desbordado y sus prácticas, el oprobio inagotable en que ha devenido la política han llevado a la quiebra de todos los valores públicos, a la implosión de todas las referencias colectivas y nos han dejado sumidos en la confusión, átonos e inermes, sin pautas ni asideros a los que agarrarnos. Perplejidad que afecta a todos los ámbitos, incluyendo los más glorificados e intocables como la democracia. Causas de ello, múltiples; veamos algunas.

A partir de los años setenta se confirma el enclaustramiento de lo público en los partidos y su tendencia a la endogamia y al sectarismo partitocrático. Al mismo tiempo, su acción se reduce a las luchas por el poder y con demasiada frecuencia al enriquecimiento de sus líderes. Cabildeos y corruptelas en las alturas y cinismo en la base se convierten en datos de la más concreta cotidianeidad política. Era inevitable que los ciudadanos que no militaban en los partidos, la inmensa mayoría, se desinteresasen por los avatares de sus pugnas y que buen número de ellos rechazasen sus modos y ejercicio. Este rechazo que ha asumido modalidades diversas, unido a la perplejidad a que me estoy refiriendo, tiene en la reiterada abstención electoral a la que se asiste en todos los comicios, su expresión más patente. Y así, sería un error considerar el abultado porcentaje de abstenciones de las últimas elecciones como una impugnación específica al proyecto europeo, cuando todo apunta a una desafección de las propuestas presentadas y, con carácter más general, de la práctica electoral como expresión privilegiada, sino única de las democracias.

En efecto, la descalificación de las elecciones es antes que nada una crítica de la política democrática actual y de su falta de opciones claras, consecuencia de la atenuación de los perfiles diferenciales de los grandes partidos, que los hace, programáticamente, cada vez más próximos. El trasvase casi unánime de la socialdemocracia al social-liberalismo o el implacable desmantelamiento del sector público, al que procedieron, con tanta eficacia, Blair en el Reino Unido y Felipe González en España, sin olvidar el caballo de Troya del atlantismo británico liberal, que bajo el manto laborista instigó la nefasta reunión de las Azores, responsable de tan dramáticas iniciativas como la guerra de Irak, son los principales responsables de la deserción de la izquierda europea. Pues de otro modo es incomprensible que, en plena crisis económica y con la absoluta debacle de los principios y de la práctica del liberalismo que conllevaba, se ignorase o se rechazase el patrimonio que representaban los ideales y los programas socialistas y socialdemócratas, cuando eran el único arsenal conceptual y propositivo que podía sacarnos del atolladero.

El comportamiento de la derecha ha sido mucho más diestro y pugnaz. Sin abandonar la doctrina y la práctica liberal, sino al contrario revindicando su plasticidad adaptativa, ha incorporado, sin rubor ni recato, los elementos de la oferta socialdemócrata que le han parecido más compatibles con su ideario a la par que más sugestivos para los electores. Paralelamente, ha alentado, por detrás de la cortina, a sus tropas ultra que han reactivado en Europa, de manera notable, la presencia de la extrema derecha, más o menos fascista según los casos. Por lo demás, el incesante trasiego de la clase política, de un bando a otro, por iniciativa propia o respondiendo a incitaciones del poder, de las que el presidente Sarkozy es el ejemplo más cumplido, han creado una retribuida circulación que nada tiene que envidiar a la de los futbolistas profesionales, y que alienta la confusión y perfecciona la perplejidad.

El modelo neoliberal responsable del desastre no sirve ya, pero el social democrático, generalizado por Keynes hace 70 años, ha dejado también de ser útil. La razón fundamental es la inadaptación del keynesianismo, que sigue siendo hoy la espina dorsal de la socialdemocracia, a la sociedad actual y más concretamente su imposible y postulada función alternativa al capitalismo contemporáneo. Decir Keynes es invocar la regulación como piedra angular del edificio socialdemocrático, pero su posible y necesaria implantación es ahora, con la economía-mundo, absolutamente inoperativa en la perspectiva nacional e impracticable en la mundial. Por lo que no cabe ni siquiera pensar en una eficaz regulación general. Las grandes instituciones económicas -OMC, FMI, Banco Mundial, FAO, OIT, OMS, AIE, G-20, la futura Organización Mundial del Medio Ambiente- carecen de verdadera capacidad reguladora susceptible de organizar flujos e intercambios y se limitan a marcar pautas de alcance, en la mayoría de los casos, estrictamente retórico.

Olivier Ferrand, agudo analista francés y presidente del think-tank progresista Terra Nova, insiste en que la dimensión reparadora que caracteriza las intervenciones socialistas se queda hoy siempre corta, por la extraordinaria onda expansiva de las crisis que comienzan siendo sectoriales y relativamente modestas y acaban siendo amplísimas y generales. Las subprimes que se inician en EE UU en el mercado financiero inmobiliario, con poco más de 1.000 millardos de dólares y se extienden en pocas semanas a Europa y a los países en desarrollo, sobrepasando los 30.000 millardos, son un buen ejemplo, como lo son también, las rupturas ecológicas con el desmontaje de la biosfera, las sanitarias con la multiplicación de pandemias, las sociales con la radicalización del hambre y las desigualdades. El mito liberal del mercado, que se autorregula sólo, tiene hoy tan poco fundamento observa Olivier Ferrand, como el Estado Bombero que apaga los incendios, cura los males y repara los destrozos, pues no tiene medios para ello. Hoy no es posible curar, sólo prevenir, y además mediante una intervención muy antecedente y de perspectiva mundial.

Escribo mundial huyendo de la manipulación semántica a que nos han sometido los promotores del término y de la ideología de la "globalización", que hereda y culmina los escapismos economicistas que comenzaron en 1949 con la consagración de la expresión y de la doctrina del subdesarrollo, que Truman populariza el 20 de enero de dicho año en el discurso de investidura de su segundo mandato. Con ese término se designaron, a partir de entonces, los países que no alcanzaban el nivel económico y técnico de los países occidentales, medidos con los solos baremos e instrumentos de la contabilidad económica capitalista, en la que el producto nacional bruto por habitante y la acumulación financiera son los criterios fundamentales. Estas pautas que tanto deben a las determinaciones ideológicas y a los supuestos básicos del capitalismo convencional ignoran la dimensión cualitativa de todos los procesos y condenan a la inexistencia a lo más específico de las culturas nacionales y de las tradiciones autóctonas. Gracias a Gilbert Rist en El desarrollo. Historia de una creencia occidental y sobre todo a Amartya Sen y a su Índice de desarrollo humano comienza a aparecer un movimiento de resistencia, en el que la educación, la esperanza de vida, el bienestar social y todas las otras variables del progreso humano tienen el mismo peso que el PIB por habitante. La lucha por la contrahegemonía que es nuestro objetivo permanente debe comenzar por ahí, olvidando un poco las luchas de poder de los partidos, e insistiendo cada vez más en que el problema no es a quien votar, sino para qué votar, lo que exige enraizarse en la ciudadanía. Ya que frente al descrédito de la política y al encogimiento de los políticos, el movimiento social y los actores sociales y societarios de base están cobrando un protagonismo principal. La película Good morning England nos muestra la extraordinaria capacidad de transformación que esos sectores primarios, a caballo de las radios libres y de la música rock, operaron en la década de los sesenta en una sociedad tan encorsetada como la británica, liberando fuerzas y procediendo a una impresionante movilización de las energías de la gente. La izquierda, más allá de la conquista y gestión del poder político, debe revindicar esa acción directamente popular como la vía más segura para sacar a las democracias de su atonía y perplejidad, logrando promover el progreso de los pueblos.

lunes, 6 de julio de 2009

Bajarse del limbo: autocrítica postelectoral

Gregorio Peces-Barba 06/07/2009

Después de perder las elecciones europeas ante el PP, con una diferencia apreciable de votos populares y con dos parlamentarios menos, parece prudente que los socialistas realicemos un ejercicio de autocrítica, lúcido, profundo y responsable. Sería absurdo cerrar los ojos y buscar justificaciones optimistas, como el Cándido de Voltaire, pensando que seguimos estando en el mejor de los mundos posibles.

Es evidente que no se puede culpar a los candidatos que encabezaban nuestra propuesta, Juan Fernando López Aguilar y Ramón Jáuregui. Son personas representativas de nuestra ideología, competentes y desde hace años entregados al desarrollo y la lucha por el socialismo. Otros candidatos como Carmen Romero, Miguel Ángel Martínez, Magdalena Álvarez, Guerrero, Sánchez Presedo, Luis Yáñez son igualmente estimables y representativos de los valores del socialismo y de la historia de nuestro partido. Quizás el único pero que se podía poner a sus destinos es que algunos podrían haber seguido prestando su esfuerzo a la política nacional en puestos representativos con mayor experiencia que algunos o algunas jóvenes que les han sustituido. A veces, como en el caso de Ramón Jáuregui, puede parecer que se le envía a un exilio dorado retirándole del núcleo político por excelencia que es el Congreso de los Diputados. La sola sospecha de que se trata de alejar a posibles excelentes sustitutos produce irritación y disgusto.

Tampoco creo que la razón de la derrota que se presenta como la más habitual, la crisis económica y su gestión por el Gobierno, sea tan relevante. A mi juicio, las medidas que ha tomado el Gobierno parecen sensatas y adecuadas. Supongo que algo habrá repercutido la magnitud de la crisis, como en otros países de Europa, pero en ningún caso me parece la razón nuclear que explique por sí sola la derrota. Lo demuestran que otros Gobiernos y partidos en el Gobierno han tenido mejores resultados.

Por el contrario, han sido medidas aparentemente alejadas del tema que nos ocupa las que, sin embargo, han desorientado a nuestro electorado más fiel, más sensato y más moderado.

Es verdad que ha faltado grandeza y que la campaña ha discurrido por cauces poco ilustrados, crispados y desmedidos. No hemos sabido elevarnos a dimensiones vinculadas con el espíritu y la historia de Europa, ni con los valores de nuestra cultura común. Tampoco hemos sabido desprendernos de miserias interiores, de prejuicios, ni de críticas fáciles a la corrupción. Finalmente, no hemos sabido explicar a nuestros conciudadanos todos los aspectos institucionales, competenciales y procedimentales que nos vinculan y nosobligan con Europa. No hemos despertado su interés, ni abierto expectativas suficientes sobre la importancia de Europa, para España y para cada uno de nosotros. Pareció que nos referíamos a algo ajeno y sin interés, vacío para nuestro esfuerzo y nuestra participación.

Es otra ocasión malograda para integrarnos en la Europa de los 27 y para animar al hombre en el impulso de una verdadera comunidad de naciones, base imprescindible para situar a ese nivel la sociedad política que nos debe dar un protagonismo mundial.

Quizás han podido repercutir más algunas ocurrencias, con excesos, exageraciones y posturas aún minoritarias a la mayoría de la sociedad española. Me refiero, por ejemplo, al anteproyecto de Ley Orgánica de Salud Sexual e Interrupción Voluntaria del Embarazo y a determinadas manifestaciones y tomas de postura que se han producido con ocasión de la misma.

La resistencia a informar a los padres, en las mujeres de entre 16 y 18 años, para decidir libremente si desean interrumpir su embarazo, es una norma antipática que se podría mantener, sin tanta rigidez, exigiendo una información a los padres, para que éstos puedan opinar, dejando claro que en última instancia es la mujer quien debe decidir. Hay mucha resistencia a esa medida en la sociedad y la gente intuye que es otra forma de disminuir el valor de la familia. No es buena la rigidez, ni colocar a padres en situaciones difíciles. En este caso la opinión pública no nos sigue y somos rehenes de sectores minoritarios, feministas muy radicales y gente a la izquierda del PSOE.

Legislar exige moderación, sentido común, no separarse de las creencias mayoritarias, intuir cuáles son las corrientes que impulsan y representan la oposición pública, es saber interpretar lo que más conviene en cada momento.

Por otra parte, esa intransigencia a la hora de rechazar el conocimiento por los padres de las intenciones de la hija menor de edad sobre la interrupción del embarazo, me parece contradictorio con el resto del anteproyecto, lleno de sentido común y con decisiones sensatas y meditadas, y con la excesiva prudencia, casi inamovilidad, con que son tratadas otras relaciones con la Iglesia Católica. En efecto, parece poco justificado que existen signos religiosos católicos en instituciones públicas y una enseñanza de la religión católica en escuelas públicas, con doble horario respecto a la Educación para la Ciudadanía.

En esos casos, y en otros similares, cualquier privilegio de la Iglesia, es un paso atrás, en la profundización de la democracia. En esto es muy poco lo que se necesita, mientras que prescindir de la familia en menores de 16 años es mucho más que lo que se necesita.

También se evidencia una falta de criterio y de creencia que agravan la contradicción. Ni tan poco ni tanto, y eso lo saben y lo sienten los ciudadanos. Junto con la ya vieja decepción provocada por la permisividad excesiva con las reformas últimas de los Estatutos de Autonomía, especialmente el catalán, consentido si no animado desde la Presidencia del Gobierno, es muy probable que este último tropezón haya aumentado el desinterés y el alejamiento por una política que muchos consideran errática y mal orientada.

En mi opinión, no son, pues, la crisis ni la política del Gobierno para afrontarla, que me parece acertada, los fenómenos que han producido una pérdida significativa de votos. Son más bien los errores viejos y nuevos los que desconciertan y desaniman, lo que exige una corrección a fondo de los objetivos que se persiguen y abrir el escenario a la esperanza, a la amistad cívica dirigida a la grandeza desde una mirada más limpia y menos interesada.

domingo, 28 de junio de 2009

Matisse

MANUEL VICENT 28/06/2009

Las mujeres de Matisse dan la sensación de que se lo están pasando siempre muy bien. El pintor las imaginaba dormidas o recostadas en un diván, desperezándose voluptuosamente, en un interior cargado de colores calientes con el mar en la ventana. La exposición de Matisse en el Thyssen incluye su etapa de Niza, de 1917 a 1941, el periodo de entreguerras en que Europa quedó bajo los escombros y se preparaba para otra gran hecatombe. En esa misma época Picasso tuvo una tentación grecolatina con mujeres redondas casi marmóreas, pero pronto dejó a un lado la serenidad y comenzó a destrozarles el rostro como si el pincel fuera una garra de acero que después del violento zarpazo las dejara la mandíbula en la frente y un ojo en el cogote.

La distinta forma de adentrarse plásticamente en la figura de la mujer era otra vertiente de la rivalidad personal que se estableció por primera vez entre los dos artistas en el estudio de Gertrude Stein en París. Cuando Picasso llegó allí en 1905 descubrió que el salón de esta coleccionista judía lo presidía un cuadro de Matisse de gran formato, titulado La alegría de vivir, donde unas mujeres desnudas se refocilaban de placer en una escena campestre. Picasso no cesó de conspirar contra ese cuadro hasta conseguir que madame Stein se deshiciera de él y colgara en su lugar Las señoritas de Avignon, que son las pupilas de un prostíbulo de Barcelona. En el rostro de una de esas prostitutas comenzó el cubismo mediante un hachazo con que Picasso le partió la cara después de haber observado el ídolo africano que le mostró Matisse. Estos dos artistas abrieron el compás de siglo XX. Picasso fue el dueño de las formas destructivas. Matisse se apropió del color sensual y lo ofreció entero a sus mujeres para reconstruirlas. Las habitaciones que dan al mar en la costa de Niza se hallan tamizadas por visillos inflados por la brisa. El frutero de la mesa expande un aroma que se une al que despiden los muebles y la veta salobre que llega del mar. Los colores carnales del aire se concentran en el cuerpo de las mujeres. Matisse las amaba. En cambio, puede que Picasso enloqueciera al contemplar este amor y decidiera romperlo dejando entrar al Minotauro para que las violara a todas con sus ciegas embestidas.

viernes, 19 de junio de 2009

¿Creación o inmolación?

Vicente Verdú 19/6/2009

En el libro que vengo leyendo, Confesiones de un burgués, de Sándor Márai, vuelve el asunto de experimentar dolor, ser desdichado o infeliz para convertirse en un verdadero creador. La idea de que la Creación por antonomasia es obra de un Dios que llega hasta el lacerante sacrificio de su Hijo para alcanzar la salvación humana, ha trufado también la creencia de que no se puede ser artista siendo feliz ni sin dolerte algo. Sándor Márai lo dice del mismo modo que todos aprendimos esta sentencia en nuestra juventud de escritores: "Si fueras feliz, ¿qué necesidad tendrías de escribir?" Escribir, componer música, pintar, lograr la gran obra de arte echa sus raíces en una desventura u otra. Unos escritores o músicos fueron tuberculosos, otros morían intoxicados por el alcohol, casi todos padecían los desgarros de alguna profunda herida psíquica, tan incurable como altamente productiva. El dolor brindaba importantes réditos mientras el placer arruinaba. De ese modo, se decía de la historia de algunos hombres que aquélla mujer a la que amó apasionadamente le llevó a la ruina. La mujer y el deleite constituían un grave peligro para la creación. Por el contrario, el malestar procuraba inspiración, la desesperación daba alas. ¿Puede seguir sosteniéndose algo así? Los creativos de la publicidad han sido los primeros ejemplos de una época donde el buen humor ayuda a triunfar y el bienestar del alma, en general, ayuda a conocer y comunicarse mejor. ¿Un cambio de época? No cabe duda. Un cambio de época que significa un cambio de valores y, en consecuencia, otra consideración de lo malo y lo mejor. El artista doliente hacía espectáculo de su interesante experiencia sacrificial, "divinizada". Pero hacer hoy cultivo y exposición del dolor ni seduce a los demás ni mucho menos se espera que el artista, hallándose en penosas condiciones, pueda rendir apropiadamente. A la idea religiosa de la creación a través de casi morir corporalmente en el intento, sucede la idea deportiva de la creación a partir de conseguir las mayores prestaciones en su proyecto.

martes, 9 de junio de 2009

Las trampas de la fe

FERNANDO SAVATER 09/06/2009

¿Son compatibles la ciencia y la religión? ¿Es compatible la poesía amorosa y la ginecología? La respuesta es la misma: claro que sí, mientras cada una no pretenda enmendarle la plana a la otra. No es prudente acometer una cesárea tras documentarse en Juan Ramón Jiménez o Rilke, ni recordarle a quien cree que un beso apasionado lleva al éxtasis que después de todo se trata de un simple intercambio de microbios por vía oral. Las leyendas y mitos religiosos nos ayudan a buscar un significado simbólico al mundo y a la vida, mientras que la ciencia nos aclara su funcionamiento natural. Por mucho que conozcamos el mecanismo de los hechos, siempre nos queda la pregunta por su sentido para nosotros, que va más allá. Cuando Camoens llama al mar "inexplicable" no se refiere sólo al ritmo de las mareas...

Lo malo es que ciertos clérigos se empeñan en corregir los datos científicos con dogmas y tradiciones piadosas. El creacionismo no se conforma con ser un mito del origen, más o menos respetable como tantos otros, sino que intenta disfrazarse de ciencia como "diseño inteligente" para colarse en las escuelas americanas -que excluyen con buen criterio la enseñanza de doctrinas religiosas- y hasta en las universidades españolas, a poco que nos descuidemos. Ya se escuchan truenos episcopales contra la asignatura de Ciencias del mundo contemporáneo y no sólo contra Educación para la Ciudadanía. Denuncian que se pretenda imponer una "concepción del mundo", como si el conocimiento científico no surgiese de la observación experimental de la realidad sino del capricho político. Con el pretexto de que la ciencia no resuelve todos los enigmas de la naturaleza, aconsejan recurrir a la religión aunque no resuelva ninguno. Trampas de la fe, que también se dan en otros campos: como el capitalismo tiene muchos defectos, apliquemos el comunismo que sólo tiene defectos, etcétera.

Los que quieran conocer la opinión de un creyente ilustrado que no confunde religión y ciencia, pueden leer La voluntad de creer, el clásico de William James que acaba de editar Marbot. Debo advertirles, empero, que la obra desazona por igual a fieles e infieles desde finales del siglo XIX... A quienes por otra parte se nieguen a aceptar que la verdad es una construcción política o cultural, lo que iguala a Darwin con Rouco Varela, les aconsejo El miedo al conocimiento, de Paul Boghossian (Alianza), donde aprenderán a distinguirla del capricho epistémico o teológico.

El laicismo es imprescindible para la democracia, entre otras cosas, porque los políticos no entienden ya la parte sublime de los símbolos religiosos. Aludiendo a la vieja fórmula de juramento de los lehendakaris ("Ante Dios humillado...") a la que con buen juicio renunció Patxi López, proclama muy ufano ZP: "¡Patxi, eres lehendakari sin humillarte ante nadie!". Pero yo diría que el "humillado" no se refiere a quien asume el cargo -que bastantes inquietudes tiene ya- sino al Cristo que le mira desde el degradante tormento de la cruz. Un detalle tan solo aunque, si acierto, cambia un poco la cosa... En cuanto a la política teológica, basta recordar la escalofriante leyenda que campea según Dante sobre la puerta del infierno: "Son la primera sabiduría y el primer amor quienes me crearon". De esa proclama monoteísta nacieron todos los totalitarismos.

domingo, 7 de junio de 2009

¿Votar?

Vicente Verdú 5/6/2009

Si la opinión que tienen los europeos de los políticos (sondeo de mayo de 2009) es la de considerarlos el grupo social más corrupto ¿cómo escandalizarse que en las elecciones europeas de unos días después no acuda ni la mitad a votar? ¿Votar al corrupto, apoyar su previsible corrupción?

Votar, votar, votar a todo trance, dice la moral democrática, directamente vertida de la religión esquinada en el siglo de las Luces. Pero la religión, bajo otro aspecto, vuelve al mundo del poder. El voto es sagrado, el comicio es la comunión, la urna nuestra voluntad ciudadana, la papeleta nuestra legitimación individual.

Toda esta secuencia, heredada de los tiempos en que se debatía entre democracia y absolutismo, entre salvación y muerte, entre progreso y esclavitud, hace tiempo que funciona como un artefacto mostrenco.

La creciente mala calidad de los políticos se corresponde con la mala calidad de la democracia que ellos manipulan y deterioran. A la mala calidad de esos políticos no puede ofrecérseles nuestra cándida adhesión. Ni tampoco a la baja calidad de la democracia se le debe el culto a toda costa. Votar sin rechistar, votar religiosamente, es igual a aceptar ofuscadamente un sistema que ya ha demostrado de sobra su anacronismo, su ineficacia y su mofa de la población. Votar como se votaba en el siglo XIX cuando la mayor parte de la población era analfabeta y casi todos siervos coincidía con un progresivo ejercicio de afirmación de los derechos del nuevo ciudadano. Hoy, alfabetizados todos, liberados de oscurantismos, capaces de crítica y con más que justificadas aspiraciones a algo mejor, (auténtico y no simulado, eficaz y no ritual) votar y votar, sin más, es apoyar la reiteración del crimen, contribuir a la perdurabilidad de la justicia injusta, el abuso municipal, la demagogia electoralista, la incuria, la crónica endogamia de los equipos políticos que sin sorpresa volverán a mentir y a defraudar. Votar ¿otra vez a esta caterva?

¿No votar sería incumplir un deber ciudadano? ¿Cómo no advertir que ahora, cuando depositamos otra vez la papeleta (con tanta mansedumbre con tanta candidez, con tanta inercia irresponsable) volvemos a dar nuestro respaldo a esta degradada especie política, el grupo considerado popularmente, "electoralmente", como el más corrupto de la organización social?

La cosa Berlusconi

JOSÉ SARAMAGO 06/06/2009

No veo qué otro nombre le podría dar. Una cosa peligrosamente parecida a un ser humano, una cosa que da fiestas, organiza orgías y manda en un país llamado Italia. Esta cosa, esta enfermedad, este virus amenaza con ser la causa de la muerte moral del país de Verdi si un vómito profundo no consigue arrancarlo de la conciencia de los italianos antes de que el veneno acabe corroyéndole las venas y destrozando el corazón de una de las más ricas culturas europeas. Los valores básicos de la convivencia humana son pisoteados todos los días por las patas viscosas de la cosa Berlusconi que, entre sus múltiples talentos, tiene una habilidad funambulesca para abusar de las palabras, pervirtiéndoles la intención y el sentido, como en el caso del Polo de la Libertad, que así se llama el partido con que asaltó el poder. Le llamé delincuente a esta cosa y no me arrepiento. Por razones de naturaleza semántica y social que otros podrán explicar mejor que yo, el término delincuente tiene en Italia una carga negativa mucho más fuerte que en cualquier otro idioma hablado en Europa. Para traducir de forma clara y contundente lo que pienso de la cosa Berlusconi utilizo el término en la acepción que la lengua de Dante le viene dando habitualmente, aunque sea más que dudoso que Dante lo haya usado alguna vez. Delincuencia, en mi portugués, significa, de acuerdo con los diccionarios y la práctica corriente de la comunicación, "acto de cometer delitos, desobedecer leyes o padrones morales". La definición asienta en la cosa Berlusconi sin una arruga, sin una tirantez, hasta el punto de parecerse más a una segunda piel que la ropa que se pone encima. Desde hace años la cosa Berlusconi viene cometiendo delitos de variable aunque siempre demostrada gravedad. Para colmo, no es que desobedezca leyes sino, peor todavía, las manda fabricar para salvaguarda de sus intereses públicos y privados, de político, empresario y acompañante de menores, y en cuanto a los patrones morales, ni merece la pena hablar, no hay quien no sepa en Italia y en el mundo que la cosa Berlusconi hace mucho tiempo que cayó en la más completa abyección. Este es el primer ministro italiano, esta es la cosa que el pueblo italiano dos veces ha elegido para que le sirva de modelo, este es el camino de la ruina al que, por arrastramiento, están siendo llevados los valores de libertad y dignidad que impregnaron la música de Verdi y la acción política de Garibaldi, esos que hicieron de la Italia del siglo XIX, durante la lucha por la unificación, una guía espiritual de Europa y de los europeos. Es esto lo que la cosa Berlusconi quiere lanzar al cubo de la basura de la Historia. ¿Lo acabarán permitiendo los italianos?