miércoles, 23 de septiembre de 2009

Libres y conscientes, pero infelices.

Se trata de un vídeo del Programa Redes (nuestro entrañable Eduard Punset) y trata de la relación consciente-subconsciente.

Enlace al vídeo.

domingo, 20 de septiembre de 2009

El terrible miedo al compromiso

REPORTAJE: PSICOLOGÍA


XAVIER GUIX 20/09/2009

Queremos estar enamorados y luego nos entra el pánico. Es básico conocer nuestro estilo afectivo para ser capaces de vivir acorde con él con integridad y sin hacer daño a los demás. Queremos estar enamorados y luego nos entra el pánico. Es básico conocer nuestro estilo afectivo para ser capaces de vivir acorde con él con integridad y sin hacer daño a los demás. Por Xavier Guix. Fotografía de Alberto Vázquez

Si corren malos tiempos para la pareja, aún anda peor la capacidad de emparejarnos. Vivimos una especie de epidemia que consiste en desear de una manera loca estar enamorados para después sufrir como una condena ese lazo por el que tanto suspiramos. El compromiso afectivo da un miedo terrible.

Debe de ser verdad que, a pesar de lo mucho que hoy sabemos de la vida, seguimos cometiendo el error de vivir entre la felicidad y el sufrimiento. Un ejemplo lo podemos observar en los emparejamientos actuales. Nadie quiere renunciar a la pasión abrasadora del enamoramiento, pero a la vez se quieren evitar los quehaceres del compromiso. Ya ni tan siquiera sirve aquello de “ni contigo ni sin ti”. Ahora sólo funciona el “contigo, pero sin ti”.

El ascenso de eso que venimos llamando miedo al compromiso afectivo está alcanzando tal magnitud, que cabe pensar si realmente es un problema sólo de miedo o si estamos ante un cambio de modelo afectivo que también está en pleno proceso de transformación. Incluso hay quien se cuestiona si no habremos sobrevalorado la pareja como forma de transitar por este mundo.

Cuestión de estilos afectivos

Puede uno amar sin ser feliz; puede uno ser feliz sin amar; pero amar y ser feliz es algo prodigioso (Honoré de Balzac)

Cuando dos personas se gustan e inician ese periodo de cortejo, que hoy dura lo que dura un telediario, se ponen en juego dos estilos afectivos. Es decir, dos maneras de amar. Nadie ama igual, aunque la psicología reconoce algunos estilos en los que todos podemos más o menos identificarnos.

El estilo afectivo tiene mucho que ver con cómo hemos sido amados en nuestra más temprana infancia y en cuál ha sido nuestra respuesta, es decir, con cómo hemos gestionado el apego. De eso se ocuparon hace ya unos años el psicólogo John Bowlby, además de Harry Harlow y posteriormente Mary Ainsworth. Dicha teoría del apego enfatiza la importancia del vínculo emocional que desarrolla el niño con sus padres o sus cuidadores de referencia.

Distinguieron tres tipos de apego: el seguro, el inseguro y el ambivalente. Eso lo observaron al realizar una serie de actividades, que voy a simplificar, en las que las madres dejaban al niño solo, jugando, para volver más tarde, o bien la madre permanecía en compañía de otra persona adulta.

Al irse mamá, todos los niños solían llorar para luego entretenerse en sus juegos. Lo interesante llegaba al volver la madre. Los niños de apego seguro se alegraban de su vuelta y se echaban a sus brazos. Los niños de apego inseguro, en cambio, se hacían los remolones, ignorando el contacto con la madre. Como una especie de “me has hecho sufrir, pues ahora paso de ti” (¿les suena eso aún hoy como adultos?). Los ambivalentes eran los más ansiosos, reaccionando ahora de una manera, ahora de otra. Esa huella la mantenemos casi de por vida.

El apego hoy

Nunca amamos a nadie: amamos sólo la idea que tenemos de alguien.

Lo que amamos es un concepto nuestro, es decir, a nosotros mismos (Fernando Pessoa)

Estudios más recientes han actualizado esta teoría y han adecuado los estilos de tal manera que llega a entenderse por qué tanta gente teme el compromiso. Así se puede hablar de cuatro estilos en los que todos andamos más o menos metidos: el seguro, el preocupado, el huidizo y el temeroso.

A grandes rasgos, y para no andar con demasiados tecnicismos psicológicos, el estilo seguro se reconoce porque mantiene un adecuado equilibrio entre las necesidades afectivas y la autonomía personal. Suelen ser personas que tienen un modelo mental positivo tanto de sí mismas como de los demás, es decir, que confían en sí mismas, con una elevada autoestima y comodidad en las relaciones interpersonales y en la intimidad.

El estilo preocupado se caracteriza por un modelo mental negativo de sí mismo y positivo de los demás, con una elevada necesidad de apego. Son personas con baja autoestima, conductas de dependencia, con una necesidad constante de aprobación y una preocupación excesiva por las relaciones. En los casos extremos puede caer en conductas hostiles, como los malditos celos.

El miedo a amar

La señal de que no amamos a alguien es que no le damos todo lo mejor que hay en nosotros (Paul Claudel)

Al estilo huidizo se le puede añadir la coletilla “alejado”, puesto que viven las relaciones en un estado continuo de acercamiento-alejamiento. Son los que más dicen quererse enamorar para después sentirse con la soga al cuello. Por eso huyen. Suelen ser personas con una elevada autosuficiencia emocional, una baja activación de los deseos de apego, muy orientados al logro de sus objetivos y una elevada incomodidad con la intimidad. Por desgracia, los que sufren este tipo de apego confunden su necesidad de alejamiento con la falta de amor y por eso rompen relaciones una detrás de otra. Son los más proclives a huir del compromiso, y cuando lo logran hay que procurar no atarlos en corto.

Finalmente está el estilo temeroso, con un modelo mental que podríamos caricaturizar como “yo estoy mal, pero tú estás peor”. Se caracterizan por sentirse incómodos en situaciones de intimidad, por una elevada necesidad de aprobación, por considerar las relaciones como algo secundario y por una baja confianza en sí mismos y en los demás. El estilo temeroso tiene necesidades de apego frustradas, puesto que, al mismo tiempo que necesitan el contacto social y la intimidad, el temor al rechazo que les caracteriza les hace evitar activamente situaciones sociales y relaciones íntimas.

A todo ello hay que sumar las experiencias vividas que modelan sin duda nuestros estilos afectivos. Aunque podríamos discutir qué fue primero, si el huevo o la gallina, o el nido, es cierto que el miedo a amar también se reconoce ante los sufrimientos causados por amores mal entendidos. Por engaños y autoengaños. Por corazones rotos y desgarrados por el dolor del desamor. Nadie quiere volver a sufrir así. No es necesario. Por eso podemos aprender a amar desde la plenitud. Y eso empieza por aprender a amarse a uno mismo.

Amar con conciencia

Amar no es mirarse el uno al otro; es mirar juntos en la misma dirección (Antoine de Saint-Exupéry)

Conocer el estilo afectivo propio es fundamental. Primero para poder identificar las dificultades que tenemos en el marco de las relaciones y que no dependen sólo de con quién nos juntamos, para tomar responsabilidad sobre ello. Pero también significa aprender a vivir de acuerdo con el estilo afectivo que queramos desarrollar en la vida. No todo el mundo tiene que pasar por la vicaría, ni tiene que tener una familia, ni es un discapacitado emocional por no convivir en pareja. Lo importante es responsabilizarse de las elecciones que hacemos en cada momento, con integridad y sin dañar a los demás.

Arrastramos aún la necesidad de crear marcos en los que encajar nuestra existencia. Son útiles, ya que así sabemos cómo actuar y dónde están los límites. Pero también nos quitan flexibilidad, no nos permiten, como la vida misma, fluir con el presente y con los acontecimientos, sino que nos etiquetan, normativizan y crean expectativas y obligaciones que nos quitan autenticidad. Eso es lo que ocurre con el amor a veces. Se dan por hecho tantas cosas que es inevitable vivir en el autoengaño. Por eso, cuando Cupido se quita la venda de los ojos, no nos podemos creer en lo que nos hemos convertido.

Prefiero pensar que hoy disponemos de una conciencia diferente, la cual nos permita elaborar las relaciones día a día, sabiendo que andamos continuamente sobre la fina cuerda de la incertidumbre y que todo se debe ir resolviendo si hay capacidad de amarse. Y eso empieza por asumir cómo amamos y cómo queremos ser amados.

domingo, 6 de septiembre de 2009

Liberarse de la dependencia hacia el otro

BORJA VILASECA 06/09/2009

Sufrimos por lo que no tenemos. Y por la idea de perder aquello que apreciamos. Pero ser felices consiste en estar a gusto con nosotros mismos. En llenar nuestro interior.

Los celos nacen del miedo a perder lo que se tiene. Destruyen el bienestar y la libertad. Aunque pueda parecer lo mismo, el apego es lo contrario del amor.

Los seres humanos sufrimos por querer lo que no tenemos. La persona que nos gusta, el trabajo soñado, más tiempo libre o un coche deportivo. Sin embargo, por el camino nos olvidamos de lo que verdaderamente necesitamos. Al obsesionarnos con el objeto de nuestro deseo, de forma inconsciente terminamos idealizándolo. Creer que cuando lo obtengamos nos dará la felicidad.

Al conseguir eso que tanto anhelamos, de pronto comenzamos a sufrir por miedo a perderlo, a que nos lo estropeen. Y este temor nos contamina con dosis diarias de ansiedad, atascándonos en un callejón sin salida: no podemos vivir felices con ello ni sin ello…

Devorador de bienestar

“Vivimos encadenados a lo que llamamos felicidad” (Anthony de Mello)

Detrás de nuestros deseos y miedos se esconde uno de los virus más letales que atenta contra la salud emocional: el apego. Según la Real Academia Española, significa “inclinación hacia alguien o algo”. Popularmente, también se considera sinónimo de “afecto”. Pero estas definiciones sólo ponen de manifiesto lo poco que conocemos a este gran devorador de nuestra paz interior.

Hay quien dice que el apego es “sano”, una muestra de “amor”. Otros afirman que “cuanto más apego se tiene, más se ama”. Nada más lejos de la realidad.

Y entonces, ¿qué es el apego? Podría definirse como “el egocéntrico afán de controlar aquello que queremos que sea nuestro y de nadie más”. Implica “creer que lo que nos pertenece es imprescindible para nuestra felicidad”. Sin embargo, más que unirnos, el apego nos separa de lo que estamos apegados, mermando nuestro bienestar y nuestra libertad.

Los celos no son amor

“El amor es una palabra maltratada y pisoteada por la sociedad” (Jiddu Krishnamurti)

“Sin ti no soy nada”. “Lo mejor de mí eres tú”. “Necesito saber que me deseas”. “No puedo pasar un día sin saber de ti”. “Por ti sería capaz de matar”. Estas frases, por muy románticas que puedan sonar, suelen pronunciarse en el seno de una pareja envenenada por el apego.

Al creer que nuestra felicidad depende de la persona que queremos, destruimos cualquier posibilidad de amarla. Bajo el embrujo de esta falsa creencia, nace en nuestro interior la obsesión de garantizar que esté siempre a nuestro lado. Y el miedo a perderla nos lleva a tomar actitudes defensivas. Es entonces cuando aparecen los celos. Etimológicamente, esta palabra proviene del griego zelos, que significa “recelo que se siente de que algo nos sea arrebatado”. Revelan que vemos a nuestra pareja como algo que nos pertenece.

Intentamos cambiarla y ponerle límites. Y así el conflicto está garantizado, manchando nuestra relación de tensiones. Curiosamente, el mismo apego que nos ha separado, a veces nos mantiene enganchados por temor a quedarnos solos, a lo que digan los demás.

La prisión del materialismo

“Lo que posees acabará poseyéndote” (Chuck Palahniuk)

Más allá de dañar nuestras relaciones, el apego también pervierte lo que nos interesa a nivel profesional. Está presente en nuestro afán de éxito. Movidos por el deseo de ser reconocidos, podemos medir nuestro valor como personas en función de los resultados que obtenemos.

A veces nos obsesionamos tanto por la meta, que nos olvidamos de disfrutar el camino que nos conduce hasta ella. Y no sólo eso. La ambición puede terminar corrompiendo aquello que un día amábamos hacer, condicionando nuestras motivaciones y forma de trabajar. Según un proverbio oriental, “cuando un arquero dispara una flecha por puro placer, mantiene toda su habilidad. Cuando dispara esperando ganar una hebilla de bronce, ya se pone algo nervioso. Pero cuando dispara para ganar la medalla de oro, se vuelve loco pensando en el premio y pierde la mitad de su habilidad, pues no ve un blanco, sino dos”.

Buscamos fuera lo que no encontramos dentro. Consumimos compulsivamente. Sin embargo, ¿cuánto dura nuestra satisfacción? Si somos honestos con nosotros mismos, tal vez descubramos el verdadero precio que pagamos por buscar en el lugar equivocado. En palabras de Buda, “lo que más me sorprende son los hombres que pierden la salud para juntar dinero y luego pierden el dinero para recuperar la salud”.

La seguridad es una ilusión

“Quien tiene miedo sin peligro inventa el peligro para justificar su miedo” (Alain)

La mayoría de nosotros siente un profundo temor a la muerte. La negamos. Aunque mueran cada día miles de personas, nos da pánico que de pronto llegue nuestro turno y desaparecer sin más.

Convertimos desesperadamente nuestra existencia en algo seguro. Nos “esposamos” a través del matrimonio. Firmamos un contrato indefinido con una empresa. Solicitamos al banco una hipoteca para comprar un piso. Y, más tarde, un plan de pensiones para estar tranquilos cuando llegue la jubilación. Seguimos lo que nos dice el sistema que hagamos para llevar una vida “normal”.

Pero por más que nos esforcemos, no calmamos nuestra inquietud interna. ¿Qué sentido tiene buscar certezas en un mundo imprevisible? La única seguridad que tenemos es que la incertidumbre sólo desaparece con nuestra muerte. No podemos escapar de la inseguridad. El reto consiste en aceptarla y confiar más en nosotros mismos.

La inutilidad del afecto

“Tú eres lo único que falta en tu vida” (Osho)

Llegados a este punto, ¿es posible vivir sin apegos? Por supuesto, pero es una hazaña que requiere comprender que lo que necesitamos para ser felices está dentro de nosotros, y no fuera. “Ser felices” quiere decir que “estamos a gusto, cómodos y en paz con nosotros mismos. Cuando sentimos que no nos falta de nada”. La trampa consiste en creer que algo vinculado con el futuro nos dará lo que no nos estamos dando aquí y ahora.

Mediante el equilibrio interno podemos cultivar el desapego en nuestra relación con todo lo demás. Compartir lo que somos, agradecidos de recibir lo que otras personas y la vida nos quieran dar. Nada ni nadie nos pertenece. Tan sólo gozamos del privilegio de disfrutarlo temporalmente. Más que nada, porque todo está en permanente cambio.

Así lo refleja una historia sobre Alejandro Magno. Se cuenta que encontrándose al borde de la muerte, el gran rey de Macedonia convocó a sus generales para comunicarles que quería que su ataúd fuese llevado a hombros, transportado por los propios médicos de la época. También les pidió que los tesoros que había conquistado fueran esparcidos por el camino hasta su tumba. Por último, les insistió en que sus manos quedaran balanceándose en el aire, fuera del ataúd, a la vista de todos. Asombrado, uno de sus generales quiso saber qué razones había detrás de tan insólitas peticiones. Y Alejandro Magno le respondió: “Primero, quiero que los más eminentes médicos comprendan que, ante la muerte, no tienen el poder de curar. Segundo, quiero que todo el pueblo sepa que los bienes materiales conquistados, aquí permanecerán. Y tercero, quiero que todo el mundo vea que venimos con las manos vacías y que con las manos vacías nos marchamos”.

La trampa del deseo

Para no caer en las garras del apego es importante hacernos más conscientes de qué deseamos y por qué. Porque nos desconecta de lo único a nuestro alcance: vivir conectados con nuestro bienestar interno. Cuenta una parábola sufí que “un pescador encontró entre sus redes una botella de cobre con un tapón de plomo. Al abrirla, apareció un genio que le concedió tres deseos. El pescador le pidió en primer lugar que le convirtiera en sabio para poder hacer una elección perfecta de los otros dos deseos. Una vez cumplida esta petición, el pescador reflexionó y dio las gracias al genio diciéndole que no tenía más deseos”.

Para cultivar el desapego

1. Libro

‘Un nuevo mundo ahora’, de Eckhart Tolle (Debolsillo). Un ‘best-seller’ que desenmascara las motivaciones egoístas y egocéntricas que hay detrás del deseo, el miedo y la dependencia.

2. Película

El balón


MANUEL VICENT 06/09/2009

Mientras en un descampado del arrabal unos chavales dan patadas a una pelota de trapo, en una plaza vecina bajo los árboles bien cuidados un niño rico recién peinado sale con un balón de reglamento bajo el brazo seguido de unos amigos de su clase. En este caso, siempre se cumple el mismo rito. El dueño del balón decide jugar de portero o de delantero centro, un antojo que nadie discute, y al propio tiempo impone las reglas y se convierte también en árbitro. Los niños del arrabal se acercan a la plaza al oír los gritos y llenos de envidia o de admiración desde la acera contemplan el juego de aquellos privilegiados que juegan al fútbol con un balón de cuero de la mejor marca. A veces el amo de la pelota se siente generoso y permite que el grupo de desarrapados del arrabal participe en el juego y unos y otros comienzan a darse patadas y todo va bien hasta que llega el momento en que si los invitados meten muchos goles y todo indica que van a ganar, el niño rico detiene el juego, coge el balón y se va a casa con sus amigos. Desde siempre en la política española la derecha se ha creído dueña del balón de reglamento. El balón es propiamente el Estado. Cuando el Partido Popular, al sentirse perdido, carga con todo desparpajo contra los jueces, fiscales, policías, tribunales, funcionarios y altas instituciones, se comporta como aquel niño rico en los partidos de fútbol de barrio. Durante la etapa de Felipe González, con el pretexto de la corrupción y de los crímenes del GAL, la derecha no dudó en darle una patada a la caja de Pandora donde se asientan los fundamentos del poder y se guardan los secretos de Estado, sin importarle que se liberaran todas sus serpientes. Y ahora que se ve atrapado por la corrupción de algunos de sus políticos tampoco se detiene a la hora de desacreditar a las instituciones más sagradas y acusa al gobierno socialista de espionaje, complot, conspiración como lo hizo también tras el atentado de Atocha del 11 de marzo. La izquierda española deberá saber que sólo será admitida en el juego si conserva intacto el complejo de okupa, se comporta como invitada o a lo sumo como arrendataria y respeta las reglas del amo, puesto que la derecha se siente por naturaleza la dueña de la cancha, del balón y del árbitro.