viernes, 21 de enero de 2011

Los de siempre


JUAN JOSÉ MILLÁS 21/01/2011

Esto parece un juego de mesa siniestro en el que a medida que avanzas aumentan las posibilidades de caer en la casilla de la muerte, en la casilla de la indigencia, en la de la inmigración, en la de las drogas, en la de la cárcel, en la del paro, en la de volver a empezar... Se da además la circunstancia de que cada uno de los jugadores utiliza un folleto de instrucciones distinto. Este señor de 55 años, por ejemplo, acaba de caer en la casilla del paro, de la que no es previsible que salga en mucho tiempo. Este de aquí también, pero este de aquí es diputado, de modo que el Congreso se hará cargo de sus cuotas de la Seguridad Social hasta que sea menester. ¿Por qué esa diferencia entre unos y otros? Ya se ha dicho: porque no juegan con las mismas reglas. A esta mujer, por poner otro ejemplo, le han caído ocho años de inhabilitación por prevaricadora, pero según su folleto de instrucciones tiene derecho a la protección del partido político al que pertenece. Ese otro individuo es un ladrón, pero juega con una carta secreta por la que le prescriben los robos antes del juicio. Y no nos importa nada, nada, porque en los juegos de mesa jamás llega la sangre al río.

Si la realidad fuera auténtica, y no este sucedáneo, las iniquidades en curso provocarían motines, huelgas, asonadas, revueltas, levantamientos ciudadanos... La realidad artificial, en cambio, produce mayormente resignación, de modo que cuando nos tienden una trampa los jugadores nos culpamos a nosotros mismos de lo ocurrido: esto me pasa por negro, o por pobre, o por ingenuo, o por inmigrante, o por alto, o bajo, o listo, o tonto, o escritor, o fontanero... No sabe uno con qué folleto de instrucciones educar a los vástagos. Es como si el horno viniera con mil normas de uso, todas contradictorias entre sí. El problema es que los que se asan son siempre los mismos.

domingo, 16 de enero de 2011

Todo fluye

MANUEL VICENT 16/01/2011

Todo fluye, los átomos, las células, la vida, la historia, los sueños. Nada es lo mismo un segundo después. Si uno fuera capaz de abandonar ese río de Heráclito en el que nadie se baña dos veces y se subiera a un puente, vería el gran espectáculo. La corriente turbia de la materia ha ido arrastrando durante siglos sandalias de profeta, clámides de griegos y romanos, lienzos de almenas, lanzas, arcabuces, el yelmo del Quijote, el puñal dubitativo de Hamlet, bibliotecas llenas de incunables que contenían toda clase de ingenios, hechizos, edictos, anatemas, aventuras y descubrimientos. Hace ya mucho tiempo que por debajo de ese puente ha pasado flotando la cruz desnuda del Gólgota e incluso el Dios de los Ejércitos ahogado. El agua turbulenta continúa anegando copas de oro, jardines burgueses esfumados, las alambradas de Auschwitz, escenas galantes de pintores y escritores olvidados, animales muertos que constituyeron la historia, pero llega un momento en que uno comienza a reconocer como propios algunos fantasmas que el río de Heráclito trae hasta el puente. Entre remolinos del agua cenagosa cuyo légamo se confunde con la memoria llega braceando contra corriente el general Franco abrazado a aquel joven y radiante intelectual de izquierdas que luchó contra su dictadura y que ahora aparece envejecido en televisión con el pelo teñido de azabache y la papada acuchillada vomitando sapos de extrema derecha; por una curva emerge el conjunto de tricornios de 23-F como una bandada de patos salvajes al mando de Tejero, que esgrime el bigote raído y la pistola oxidada entre las tripas blancas de los padres de la patria. De pronto uno se descubre con horror a sí mismo. El río de Heráclito trae revueltos todos los días de tu vida y uno puede verse en la escuela con la pizarra y el mapa de España a la pared, la bicicleta en la playa, en el baile de una verbena. Con un libro de Derecho bajo el brazo atraviesas el ojo del puente, vuelves el rostro y te observas de espaldas aguas abajo hacia el mar sin conocer la ribera. Mientras tu imagen se aleja, te espanta pensar que también ya eres otro. Todo fluye. La vida. La historia. Los sueños. Todo cambia o se hunde. Ahora desde el puente te descubres frente al televisor buscando la CNN y sale Gran Hermano.

viernes, 7 de enero de 2011

Mosca española

JUAN JOSÉ MILLÁS 07/01/2011

"Soy de los que piensan que somos de algún sitio", aseguraba, por lo visto, Chillida. Si lo hubiera dicho delante de mí, le habría preguntado de dónde era yo (tengo problemas de pertenencia). El Estado debería decirnos de dónde somos más allá de lo que pone en el DNI, esa tarjeta de crédito sin crédito. Usted es de Lugo. Vale, soy de Lugo. Busco en Google el nombre de esa ciudad, leo sus características y comienzo a comportarme como uno de allí. Ese servicio facilitaría mucho la vida a los contribuyentes despistados, como un servidor. Podría darse el caso de que le dijeran a uno que es extranjero. Usted es chileno. ¿Chileno? Si ni siquiera he nacido allí. Para ser de un sitio no es necesario haber nacido en él, pues la pertenencia se mide de otro modo (es sabido, por ejemplo, que los de Bilbao nacen donde quieren). Un día vi en Canal + (que no nos lo cierren, por favor) un documental sobre Australia y acabé convencido de ser un aborigen australiano. Todo lo que se decía de ellos me había ocurrido a mí en un momento u otro de mi vida. Recuerdo que me volví y se lo confesé a mi mujer: creo que soy australiano. La semana pasada, dijo ella, vimos un documental sobre la Antártida y creíste que eras pingüino. Llevaba razón. A veces, además de no tener ni idea de dónde soy, tampoco sé a qué especie pertenezco. Una noche, de pequeño, soñé que mis padres eran moscas y todavía no se me ha ido de la cabeza la extraña sensación corporal con la que volé de la cama. No dije nada porque mis progenitores estaban convencidos de ser seres humanos y no era cuestión de darles más disgustos de los que ya les había proporcionado mi nacimiento. Ahora bien, para decirlo todo, creo que éramos moscas españolas, por el bigote de mi padre y la mantilla de mi madre. O sea, que quizá llevara razón Chillida y todos seamos de algún sitio.