viernes, 30 de enero de 2009

Sorpresa


JUAN JOSÉ MILLÁS 30/01/2009

Ignoro si estaba en la intención de los anunciantes, pero lo del autobús ateo parece una respuesta irónica y amable a siglos de intolerancia religiosa. El cardenal Rouco Varela, por su edad, debe de recordar perfectamente cuando en este país te pedían el certificado de bautismo hasta para ir al baño (el de penales y el de bautismo, no siempre en este orden). Tal vez el propio Rouco los expedía y los cobraba, pues costaban un dinero. Por su edad, debe de recordar también los días en los que la Iglesia tenía el monopolio absoluto de la educación (que no se trataba precisamente de una educación para la ciudadanía). Quizá no haya olvidado los métodos violentos (tanto desde el punto de vista físico como psicológico) con los que te metían la idea de Dios (de su Dios) por donde te cupiera. No es tan mayor como para no haber visto las procesiones en las que Franco era llevado bajo palio junto al Altísimo. Quizá él mismo sostuvo alguno de los palos del dosel. Aún sin saber a ciencia cierta su fecha de nacimiento, estoy seguro de que le tuvieron que llegar noticias de las barbaridades perpetradas por los curas castrenses en el ejército del Generalísimo. Quizá en algún momento de insomnio (a su edad abundan) le vengan a la memoria los tribunales eclesiásticos, auténticos tenderetes jurídicos donde los ricos anulaban sus matrimonios mientras a los pobres se les prohibía el divorcio. Dadas sus responsabilidades actuales, Rouco no puede ignorar las dificultades que la Iglesia pone a quienes, habiendo sido bautizados a la fuerza, pretenden apostatar de ese Dios tan simpático (y tan hábil para los negocios). Y conste que no hablamos de Galileo ni de la Inquisición, sino de ayer mismo, de cosas que han visto personas como yo. De ahí que sorprenda tanto su virulenta reacción frente a una campaña ingenua y en absoluto agresiva.

jueves, 29 de enero de 2009

Y las teorías de Lakoff se encarnaron en Obama


JAVIER VALENZUELA 24/01/2009

En el verano de 2004 subió a la tribuna de la Convención Demócrata de Boston un telonero que hablaba de grandes valores y no desgranaba las ofertas del programa electoral de su partido, que usaba metáforas comprensibles y huía de los eufemismos burocráticos, que transmitía empatía y no distanciamiento. Para George Lakoff fue una epifanía. Aleluya, se dijo, aquel joven político afroamericano hacía lo que los conservadores llevaban lustros practicando en Estados Unidos y Europa, y lo que, salvo excepciones, soslayaban sus rivales progresistas. Y así les iba de bien a los primeros, que desde la época de Reagan y Thatcher dominaban la agenda política e ideológica, y de mal a los segundos, que jugaban a la defensiva, siempre en terreno contrario. A partir de entonces, Lakoff, catedrático de Lingüística de la Universidad de Berkeley (California), empezó a citar a Barack Obama como ejemplo viviente de lo que él proponía en sus libros y sus trabajos para el Rockridge Institute, uno de los pocos think tank progresistas de Estados Unidos. "No sé si Obama me ha leído o no, pero eso da igual", decía. "Lo relevante es que, tal vez de modo instintivo, sabe lo que hay que hacer".

Lakoff empezó a ser conocido en España en 2007, tras la publicación de su No pienses en un elefante. En ese libro explicaba por qué la derecha -urbi et orbi- llevaba años consiguiendo que sus temas (libre mercado, reducción de impuestos, lucha contra el terrorismo, familia tradicional, religiosidad, nacionalismo...) dominaran las agendas informativas y electorales. Era, según Lakoff, porque había hecho un enorme trabajo para presentarlos en paquetes atractivos. La llamada revolución neoconservadora -en realidad, la contrarreforma de los avances liberadores de los años sesenta y setenta del siglo XX- dominaba el mensaje y el medio.

En Puntos de reflexión. Manual del progresista, Lakoff camina por la misma dirección. El lingüista californiano detalla ahí cómo Richard Wirthlin, asesor electoral de Reagan, hizo en 1980 un descubrimiento que cambió la política estadounidense y, en gran medida, la mundial. Las encuestas que manejaba le decían que mucha gente que no estaba de acuerdo con determinados aspectos del programa de Reagan pensaba, no obstante, votarle. Perplejo, Wirthlin estudió el fenómeno y descubrió que a esa gente lo que le gustaba de Reagan era que hablaba de valores. Y, además, de modo comprensible y transmitiendo una gran impresión de autenticidad, de pensar lo que decía.

Renació así la cosmovisión conservadora. Pero no sin que la derecha estadounidense se gastara millones de dólares en construir poderosos think tank como la Heritage Foundation, donde se acuñaron las viejas ideas en nuevos formatos y donde fueron entrenados para hablar en radio y televisión cientos de intelectuales y comunicadores neocon. Y es que, para Lakoff, uno de los elementos centrales de la contrarreforma conservadora ha sido su "uso magistral de la comunicación", basado en "trabajos muy serios sobre psicología y lingüística".

La clave, según Lakoff, está en "saber enmarcar el debate". El lingüista suele citar dos muestras de cómo los neocon supieron establecer "los marcos del debate": llamaron "guerra contra el terror" a la invasión de Irak y "alivio fiscal" a su rebaja de impuestos a los ricos, de modo que quien se oponía a lo primero resultaba sospechoso de simpatizar con el terrorismo y quien protestaba por lo segundo aparecía como alguien deseoso de subirles a todos los impuestos.

Regordete, de piel sonrosada y cabello y barba canosos, con gafas redondeadas, Lakoff parece uno de esos sabios que Spielberg suele sacar en sus películas. En Puntos de reflexión insiste en que, mientras los conservadores tomaban la iniciativa, los progresistas dejaron de proponer sus principios y valores, abandonaron el terreno de lo moral, lo simbólico y lo emocional, y asumieron la agenda del contrario, aunque fuera para refutarla, convirtiéndose así en sus propagandistas inconscientes. Acomplejados política e ideológicamente, obsesionados por ser buenos gestores del corto plazo, hablaban como tecnócratas, ofrecían meras "listas de la compra" electorales, evitaban jugar por la izquierda y se presentaban como centristas. Lakoff se desesperaba. "Los progresistas", decía, "tienen que comunicar progresismo, sea cual sea el tema que se saque a colación; deben hablar desde sus propios marcos conceptuales".

Y entonces apareció Obama. Lakoff sólo tiene elogios para el presidente de EE UU. "Obama ha liderado la gran derrota electoral de una derecha extremista y autoritaria que ha pisoteado los valores estadounidenses. Éstos son progresistas y Obama ha sabido recordarlo: la empatía, la celebración de la diversidad, la solidaridad, la responsabilidad común. Ese juntos podemos conseguir más libertad, más igualdad, más prosperidad". La campaña del afroamericano ya le parecía modélica mucho antes de que terminara siendo ganadora. "Obama", dice, "comprendió por qué Reagan ganó en 1980: la gente no vota tanto basándose en detalles programáticos como en algo más profundo como son tus valores. ¿Dices lo que piensas? ¿Podemos confiar en ti? ¿Sabes comunicarte con nosotros? ¿Nos identificamos contigo? Ésas son las grandes preguntas de los electores. Y Obama siempre caminó por esa senda. Además", añade Lakoff, "es un orador muy elegante y un gran narrador de historias, y la gente entiende mejor lo que dices cuando se lo cuentas como una historia".

Lakoff afirma que el objetivo de Puntos de reflexión es "ayudar a expresar con palabras lo que piensan y sienten los progresistas". ¿Y qué piensan y sienten cuando no adoptan los marcos de los conservadores? "Básicamente", responde, "que un mundo mejor, en el sentido de más libre y más justo, siempre es posible". -

martes, 27 de enero de 2009

Los daños atmosféricos por las emisiones de CO2 son irreversibles


(Para comprobrarlo dentro de mil años, como se indica)

Un estudio afirma que el planeta no se recuperará aunque se dejen de liberar gases de efecto invernadero

EFE - Washington - 27/01/2009


Las alteraciones atmosféricas causadas por las emisiones de dióxido de carbono son irreversibles, asegura un estudio difundido hoy por la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS). Según la investigadora Susan Solomon, la eliminación de ese gas contaminante de la atmósfera de forma inmediata no ayudaría a remediar la actual situación.

Para que el planeta recupere las temperaturas normales pasarán al menos mil años, pues estas se mantendrán durante mucho tiempo en los mares, señaló Solomon en su estudio. Añadió que es falsa la presunción de que el cambio climático plantea riesgos menores y que los cambios podrían revertirse en unas pocas décadas.

"Los cambios climáticos son irreversibles, debido a que las emisiones de dióxido de carbono ya están ocurriendo", señaló Solomon, científica del Laboratorio de Investigaciones de la Tierra en la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA).

Los cambios se centran principalmente en el aumento de las temperaturas, pero también en las modificaciones de las lluvias en la zona del Mediterráneo, el sur de Africa y la región suroccidental de Norteamérica. El clima más cálido también ha causado una expansión oceánica, la cual podría aumentar como resultado del deshielo acelerado en Groenlandia y en la Antártida, según los meteorólogos.

El calentamiento global es causado por el aumento de los gases invernadero en la atmósfera que acumulan el calor procedente de la radiación solar. Uno de los gases más importantes de ese efecto invernadero es el dióxido de carbono (CO2) producido por las emisiones de los motores que funcionan alimentados por combustibles no renovables como el petróleo.

La investigadora ofreció posteriormente una conferencia de prensa telefónica en la que aseguró que es preciso tomar medidas de inmediato para impedir que los daños sean todavía peores. "La gente ha pensado que si dejamos de emitir dióxido de carbono, el clima volverá a la normalidad en 100 años o 200 años. Eso no es verdad", afirmó. "El cambio climático (que está ocurriendo) es lento, pero también es imparable y por ello hay que actuar ahora para que la situación no empeore", explicó.

domingo, 25 de enero de 2009

El proceso de 'bushificación' de Obama


(Para analizar dentro de un año)


MOISÉS NAÍM 25/01/2009

No es fácil esto de tener un tipo tan popular en la Casa Blanca. Que el jefe del imperio estadounidense sea visto internacionalmente con tanta simpatía y admiración es, para muchos, muy problemático. Hay gobiernos para quienes es indispensable tener a los Estados Unidos de América como enemigo. Y todos conocemos gente para quienes el antiamericanismo es casi un instinto básico y la fuente principal de sus opiniones políticas.

Es por esto que bushificar a Obama se pondrá de moda.

La bushificación de Barack Obama es el próximo y casi inevitable capítulo de la narrativa que comenzó con la seguridad de que era imposible que los estadounidenses pudiesen elegir a un negro como presidente de su país, la sorpresa de la victoria de Obama, la desbordada emoción durante su toma de posesión y las enormes expectativas acerca de su capacidad para resolver los inmensos problemas que hereda. Ahora vendrá una etapa en la cual muchos explicarán que en el fondo no hay mucha diferencia entre George W. Bush y Barack Hussein Obama. O como ya lo dijo el lírico presidente de Venezuela "son la misma miasma", es decir, que ambos son efluvios malignos que se desprenden de cuerpos enfermos o materias corruptas (aunque el presidente Hugo Chávez inmediatamente nos aclaró que los llamaba miasma "por no usar otra palabra" ¿En cuál estaría pensando?).

Y no es sólo Chávez; la bushificación será una tendencia global. Para el régimen iraní será importante demostrar que por más que el segundo nombre del nuevo presidente sea Hussein y que en farsi Obama significa "el que está con nosotros" en realidad sigue siendo, al igual que su predecesor, el representante máximo del gran Satanás.

Tres días después del comienzo del Gobierno de Obama, Estados Unidos bombardeó a un grupo de presuntos talibanes en el noroeste de Pakistán dando de baja a 14 personas. El Gobierno paquistaní protestó contra la nueva violación de su soberanía y confirmó que su esperanza de que Obama no continuase con la política de Bush en este sentido era tan sólo una ilusión. Después que Timothy Geithner el nuevo secretario del tesoro estadounidense acusara a China de estar manipulando su moneda, el Gobierno de ese país reaccionó furiosamente: "Dirigir acusaciones infundadas a China con respecto a su tasa de cambio sólo ayuda al proteccionismo estadounidense y no contribuye a buscar una solución real al problema", dijo el comunicado oficial.

En su discurso inaugural Obama alertó: "Quienes se aferran al poder a través de la corrupción, el engaño y la represión a sus opositores deben saber que están en el lado errado de la historia; pero también que les tenderemos una mano si están dispuestos a abrir su puño" ¿Qué habrá pensado Vladímir Putin de esta invitación? ¿O el sirio Bachar el Asad? ¿O Raúl Castro? Que no ven diferencia entre Obama y Bush.

Se sabe además que Obama está convencido de que se debe aumentar la intensidad de la guerra en Afganistán, que no permitirá que Irán disponga de armas atómicas y que apoya el derecho de Israel a defenderse de los ataques de Hamás. "Si alguien estuviese lanzando cohetes de noche a la casa donde duermen mis hijas yo haría cuanto estuviese a mi alcance para pararlo. Y de hecho cabe esperar que los israelíes hagan lo mismo", ha dicho Obama repitiendo una idea con la que es difícil disentir. Sin embargo, a nadie sorprende que en el mundo árabe ya haya quienes denuncian al Gobierno de Obama como la simple continuación de la Administración de Bush, sólo modificada con una mayor cantidad de judíos en el Gabinete y en otros cargos de máxima relevancia.

En algunos casos la bushificación de Obama tendrá asideros en la realidad de que habrá continuidad entre las políticas del nuevo presidente y las de Bush. Pero en muchos otros casos sólo responderá a los esfuerzos propagandísticos de quienes necesitan siempre tener a un enemigo en la Casa Blanca. Pero no les será fácil. Una de las características de la trayectoria política de Barack Obama es que siempre ha sorprendido a sus críticos y a los escépticos. Y, en este caso, no le resultará difícil sorprenderlos de nuevo. Entre otras razones porque, a pesar de lo que digan sus críticos, él no es George W. Bush.

viernes, 23 de enero de 2009

Pasear y soñar

JUAN JOSÉ MILLÁS 23/01/2009

Me fui a la cama a la hora de siempre. Encogí las piernas, doblé la espalda, metí la barbilla en el pecho, me tapé hasta las orejas con el edredón e imaginé que salía de mi cuerpo y viajaba por el aire hasta el centro de la ciudad. La luna iluminaba el ambiente, pero proyectaba también grandes sombras sobre la ciudad; a veces me parecía ver la mía atravesando la terraza de un ático. Reconocía cada edificio, enumeraba sus particularidades, reparaba en los pormenores de las esquinas, nombraba las calles... Se trata de un ejercicio recomendado por mi médico para la memoria. Al principio lo hacía por obligación, pero luego empezó a divertirme y estaba deseando meterme en la cama para volar.

El caso es que al pasar por encima del tanatorio de la M-30, algo me impulsó a descender. Tras curiosear un poco por las salas, me introduje en la cabeza de un cadáver asomándome a través de sus ojos al exterior. Al otro lado de la pecera donde se encontraba el ataúd había una mujer de espaldas, recibiendo el pésame de un hombre cuyo rostro me resultaba vagamente familiar. Tras unos instantes, el hombre se retiró y la mujer se dio la vuelta. Iba de negro, con un collar de plata que le traje de México, pues se trataba de mi mujer. La impresión, mortal, me hizo regresar volando a mi cuerpo, donde abrí los ojos para comprobar dónde me encontraba realmente. Y me encontraba en el ataúd. Oh, Dios, no puede ser, me dije, pero cierra los ojos, espera unos segundos, vuelve a abrirlos y todo habrá regresado a su ser, como cuando el cerrojo del cuarto de baño funciona al segundo intento. Lo hice y, en efecto, ahora estaba en la cama. No he vuelto a imaginar que salgo por las noches, aunque sea bueno para la memoria. También dejé de pasear, que según el mismo médico era excelente para el corazón, porque llegaba a sitios que no debía.

miércoles, 21 de enero de 2009

Discurso inaugural del presidente Barack Obama en español

ELPAÍS.com - Washington - 20/01/2009

Queridos conciudadanos:

Me presento aquí hoy humildemente consciente de la tarea que nos aguarda, agradecido por la confianza que habéis depositado en mí, conocedor de los sacrificios que hicieron nuestros antepasados. Doy gracias al presidente Bush por su servicio a nuestra nación y por la generosidad y la cooperación que ha demostrado en esta transición.

Son ya 44 los estadounidenses que han prestado juramento como presidentes. Lo han hecho durante mareas de prosperidad y en aguas pacíficas y tranquilas. Sin embargo, en ocasiones, este juramento se ha prestado en medio de nubes y tormentas. En esos momentos, Estados Unidos ha seguido adelante, no sólo gracias a la pericia o la visión de quienes ocupaban el cargo, sino porque Nosotros, el Pueblo, hemos permanecido fieles a los ideales de nuestros antepasados y a nuestros documentos fundacionales. Así ha sido. Y así debe ser con esta generación de estadounidenses.

Es bien sabido que estamos en medio de una crisis. Nuestro país está en guerra contra una red de violencia y odio de gran alcance. Nuestra economía se ha debilitado enormemente, como consecuencia de la codicia y la irresponsabilidad de algunos, pero también por nuestra incapacidad colectiva de tomar decisiones difíciles y preparar a la nación para una nueva era. Se han perdido casas; se han eliminado empleos; se han cerrado empresas. Nuestra sanidad es muy cara; nuestras escuelas tienen demasiados fallos; y cada día trae nuevas pruebas de que nuestros usos de la energía fortalecen a nuestros adversarios y ponen en peligro el planeta.

Estos son indicadores de una crisis, sujetos a datos y estadísticas. Menos fácil de medir pero no menos profunda es la destrucción de la confianza en todo nuestro territorio, un temor persistente de que el declive de Estados Unidos es inevitable y la próxima generación tiene que rebajar sus miras. Hoy os digo que los problemas que nos aguardan son reales. Son graves y son numerosos. No será fácil resolverlos, ni podrá hacerse en poco tiempo. Pero debes tener clara una cosa, América: los resolveremos.

Hoy estamos reunidos aquí porque hemos escogido la esperanza por encima del miedo, el propósito común por encima del conflicto y la discordia. Hoy venimos a proclamar el fin de las disputas mezquinas y las falsas promesas, las recriminaciones y los dogmas gastados que durante tanto tiempo han sofocado nuestra política.

Seguimos siendo una nación joven, pero, como dicen las Escrituras, ha llegado la hora de dejar a un lado las cosas infantiles. Ha llegado la hora de reafirmar nuestro espíritu de resistencia; de escoger lo mejor que tiene nuestra historia; de llevar adelante ese precioso don, esa noble idea, transmitida de generación en generación: la promesa hecha por Dios de que todos somos iguales, todos somos libres, y todos merecemos una oportunidad de buscar toda la felicidad que nos sea posible.

Al reafirmar la grandeza de nuestra nación, sabemos que esa grandeza no es nunca un regalo. Hay que ganársela. Nuestro viaje nunca ha estado hecho de atajos ni se ha conformado con lo más fácil. No ha sido nunca un camino para los pusilánimes, para los que prefieren el ocio al trabajo, o no buscan más que los placeres de la riqueza y la fama. Han sido siempre los audaces, los más activos, los constructores de cosas -algunos reconocidos, pero, en su mayoría, hombres y mujeres cuyos esfuerzos permanecen en la oscuridad- los que nos han impulsado en el largo y arduo sendero hacia la prosperidad y la libertad.

Por nosotros empaquetaron sus escasas posesiones terrenales y cruzaron océanos en busca de una nueva vida. Por nosotros trabajaron en condiciones infrahumanas y colonizaron el Oeste; soportaron el látigo y labraron la dura tierra. Por nosotros combatieron y murieron en lugares como Concord y Gettysburg, Normandía y Khe Sahn. Una y otra vez, esos hombres y mujeres lucharon y se sacrificaron y trabajaron hasta tener las manos en carne viva, para que nosotros pudiéramos tener una vida mejor. Vieron que Estados Unidos era más grande que la suma de nuestras ambiciones individuales; más grande que todas las diferencias de origen, de riqueza, de partido.

Ése es el viaje que hoy continuamos. Seguimos siendo el país más próspero y poderoso de la Tierra. Nuestros trabajadores no son menos productivos que cuando comenzó esta crisis. Nuestras mentes no son menos imaginativas, nuestros bienes y servicios no son menos necesarios que la semana pasada, el mes pasado ni el año pasado. Nuestra capacidad no ha disminuido. Pero el periodo del inmovilismo, de proteger estrechos intereses y aplazar decisiones desagradables ha terminado; a partir de hoy, debemos levantarnos, sacudirnos el polvo y empezar a trabajar para reconstruir Estados Unidos.

Porque, miremos donde miremos, hay trabajo que hacer. El estado de la economía exige actuar con audacia y rapidez, y vamos a actuar; no sólo para crear nuevos puestos de trabajo, sino para sentar nuevas bases de crecimiento. Construiremos las carreteras y los puentes, las redes eléctricas y las líneas digitales que nutren nuestro comercio y nos unen a todos. Volveremos a situar la ciencia en el lugar que le corresponde y utilizaremos las maravillas de la tecnología para elevar la calidad de la atención sanitaria y rebajar sus costes. Aprovecharemos el sol, los vientos y la tierra para hacer funcionar nuestros coches y nuestras fábricas. Y transformaremos nuestras escuelas y nuestras universidades para que respondan a las necesidades de una nueva era. Podemos hacer todo eso. Y todo lo vamos a hacer.

Ya sé que hay quienes ponen en duda la dimensión de mis ambiciones, quienes sugieren que nuestro sistema no puede soportar demasiados grandes planes. Tienen mala memoria. Porque se han olvidado de lo que ya ha hecho este país; de lo que los hombres y mujeres libres pueden lograr cuando la imaginación se une a un propósito común y la necesidad al valor.

Lo que no entienden los escépticos es que el terreno que pisan ha cambiado, que las manidas discusiones políticas que nos han consumido durante tanto tiempo ya no sirven. La pregunta que nos hacemos hoy no es si nuestro gobierno interviene demasiado o demasiado poco, sino si sirve de algo: si ayuda a las familias a encontrar trabajo con un sueldo decente, una sanidad que puedan pagar, una jubilación digna. En los programas en los que la respuesta sea sí, seguiremos adelante. En los que la respuesta sea no, los programas se cancelarán. Y los que manejemos el dinero público tendremos que responder de ello -gastar con prudencia, cambiar malos hábitos y hacer nuestro trabajo a la luz del día-, porque sólo entonces podremos restablecer la crucial confianza entre el pueblo y su gobierno.

Tampoco nos planteamos si el mercado es una fuerza positiva o negativa. Su capacidad de generar riqueza y extender la libertad no tiene igual, pero esta crisis nos ha recordado que, sin un ojo atento, el mercado puede descontrolarse, y que un país no puede prosperar durante mucho tiempo cuando sólo favorece a los que ya son prósperos. El éxito de nuestra economía ha dependido siempre, no sólo del tamaño de nuestro producto interior bruto, sino del alcance de nuestra prosperidad; de nuestra capacidad de ofrecer oportunidades a todas las personas, no por caridad, sino porque es la vía más firme hacia nuestro bien común.

En cuanto a nuestra defensa común, rechazamos como falso que haya que elegir entre nuestra seguridad y nuestros ideales. Nuestros Padres Fundadores, enfrentados a peligros que apenas podemos imaginar, elaboraron una carta que garantizase el imperio de la ley y los derechos humanos, una carta que se ha perfeccionado con la sangre de generaciones. Esos ideales siguen iluminando el mundo, y no vamos a renunciar a ellos por conveniencia. Por eso, a todos los demás pueblos y gobiernos que hoy nos contemplan, desde las mayores capitales hasta la pequeña aldea en la que nació mi padre, os digo: sabed que Estados Unidos es amigo de todas las naciones y todos los hombres, mujeres y niños que buscan paz y dignidad, y que estamos dispuestos a asumir de nuevo el liderazgo.

Recordemos que generaciones anteriores se enfrentaron al fascismo y el comunismo no sólo con misiles y carros de combate, sino con alianzas sólidas y convicciones duraderas. Comprendieron que nuestro poder no puede protegernos por sí solo, ni nos da derecho a hacer lo que queramos. Al contrario, sabían que nuestro poder crece mediante su uso prudente; nuestra seguridad nace de la justicia de nuestra causa, la fuerza de nuestro ejemplo y la moderación que deriva de la humildad y la contención.

Somos los guardianes de este legado. Guiados otra vez por estos principios, podemos hacer frente a esas nuevas amenazas que exigen un esfuerzo aún mayor, más cooperación y más comprensión entre naciones. Empezaremos a dejar Irak, de manera responsable, en manos de su pueblo, y a forjar una merecida paz en Afganistán. Trabajaremos sin descanso con viejos amigos y antiguos enemigos para disminuir la amenaza nuclear y hacer retroceder el espectro del calentamiento del planeta. No pediremos perdón por nuestra forma de vida ni flaquearemos en su defensa, y a quienes pretendan conseguir sus objetivos provocando el terror y asesinando a inocentes les decimos que nuestro espíritu es más fuerte y no podéis romperlo; no duraréis más que nosotros, y os derrotaremos.

Porque sabemos que nuestra herencia multicolor es una ventaja, no una debilidad. Somos una nación de cristianos y musulmanes, judíos e hindúes, y no creyentes. Somos lo que somos por la influencia de todas las lenguas y todas las culturas de todos los rincones de la Tierra; y porque probamos el amargo sabor de la guerra civil y la segregación, y salimos de aquel oscuro capítulo más fuertes y más unidos, no tenemos más remedio que creer que los viejos odios desaparecerán algún día; que las líneas tribales pronto se disolverán; y que Estados Unidos debe desempeñar su papel y ayudar a iniciar una nueva era de paz.

Al mundo musulmán: buscamos un nuevo camino hacia adelante, basado en intereses mutuos y mutuo respeto. A esos líderes de todo el mundo que pretenden sembrar el conflicto o culpar de los males de su sociedad a Occidente: sabed que vuestro pueblo os juzgará por lo que seáis capaces de construir, no por lo que destruyáis. A quienes se aferran al poder mediante la corrupción y el engaño y acallando a los que disienten, tened claro que la historia no está de vuestra parte; pero estamos dispuestos a tender la mano si vosotros abrís el puño.

A los habitantes de los países pobres: nos comprometemos a trabajar a vuestro lado para conseguir que vuestras granjas florezcan y que fluyan aguas potables; para dar de comer a los cuerpos desnutridos y saciar las mentes sedientas. Y a esas naciones que, como la nuestra, disfrutan de una relativa riqueza, les decimos que no podemos seguir mostrando indiferencia ante el sufrimiento que existe más allá de nuestras fronteras, ni podemos consumir los recursos mundiales sin tener en cuenta las consecuencias. Porque el mundo ha cambiado, y nosotros debemos cambiar con él.

Mientras reflexionamos sobre el camino que nos espera, recordamos con humilde gratitud a esos valerosos estadounidenses que en este mismo instante patrullan desiertos lejanos y montañas remotas. Tienen cosas que decirnos, del mismo modo que los héroes caídos que yacen en Arlington nos susurran a través del tiempo. Les rendimos homenaje no sólo porque son guardianes de nuestra libertad, sino porque encarnan el espíritu de servicio, la voluntad de encontrar sentido en algo más grande que ellos mismos. Y sin embargo, en este momento -un momento que definirá a una generación-, ese espíritu es precisamente el que debe llenarnos a todos.

Porque, con todo lo que el gobierno puede y debe hacer, a la hora de la verdad, la fe y el empeño del pueblo norteamericano son el fundamento supremo sobre el que se apoya esta nación. La bondad de dar cobijo a un extraño cuando se rompen los diques, la generosidad de los trabajadores que prefieren reducir sus horas antes que ver cómo pierde su empleo un amigo: eso es lo que nos ayuda a sobrellevar los tiempos más difíciles. Es el valor del bombero que sube corriendo por una escalera llena de humo, pero también la voluntad de un padre de cuidar de su hijo; eso es lo que, al final, decide nuestro destino.

Nuestros retos pueden ser nuevos. Los instrumentos con los que los afrontamos pueden ser nuevos. Pero los valores de los que depende nuestro éxito -el esfuerzo y la honradez, el valor y el juego limpio, la tolerancia y la curiosidad, la lealtad y el patriotismo- son algo viejo. Son cosas reales. Han sido el callado motor de nuestro progreso a lo largo de la historia. Por eso, lo que se necesita es volver a estas verdades. Lo que se nos exige ahora es una nueva era de responsabilidad, un reconocimiento, por parte de cada estadounidense, de que tenemos obligaciones con nosotros mismos, nuestro país y el mundo; unas obligaciones que no aceptamos a regañadientes sino que asumimos de buen grado, con la firme convicción de que no existe nada tan satisfactorio para el espíritu, que defina tan bien nuestro carácter, como la entrega total a una tarea difícil.

Éste es el precio y la promesa de la ciudadanía.

Ésta es la fuente de nuestra confianza; la seguridad de que Dios nos pide que dejemos huella en un destino incierto.

Éste es el significado de nuestra libertad y nuestro credo, por lo que hombres, mujeres y niños de todas las razas y todas las creencias pueden unirse en celebración en este grandioso Mall y por lo que un hombre a cuyo padre, no hace ni 60 años, quizá no le habrían atendido en un restaurante local, puede estar ahora aquí, ante vosotros, y prestar el juramento más sagrado.

Marquemos, pues, este día con el recuerdo de quiénes somos y cuánto camino hemos recorrido. En el año del nacimiento de Estados Unidos, en el mes más frío, un pequeño grupo de patriotas se encontraba apiñado en torno a unas cuantas hogueras mortecinas a orillas de un río helado. La capital estaba abandonada. El enemigo avanzaba. La nieve estaba manchada de sangre. En un momento en el que el resultado de nuestra revolución era completamente incierto, el padre de nuestra nación ordenó que leyeran estas palabras:

"Que se cuente al mundo futuro... que en el más profundo invierno, cuando no podía sobrevivir nada más que la esperanza y la virtud... la ciudad y el campo, alarmados ante el peligro común, se apresuraron a hacerle frente".

América. Ante nuestros peligros comunes, en este invierno de nuestras dificultades, recordemos estas palabras eternas. Con esperanza y virtud, afrontemos una vez más las corrientes heladas y soportemos las tormentas que puedan venir. Que los hijos de nuestros hijos puedan decir que, cuando se nos puso a prueba, nos negamos a permitir que se interrumpiera este viaje, no nos dimos la vuelta ni flaqueamos; y que, con la mirada puesta en el horizonte y la gracia de Dios con nosotros, seguimos llevando hacia adelante el gran don de la libertad y lo entregamos a salvo a las generaciones futuras.

Gracias, que Dios os bendiga, que Dios bendiga a América.

martes, 20 de enero de 2009

Discurso de Obama 20 1 09

"My fellow citizens:

I stand here today humbled by the task before us, grateful for the trust you have bestowed, mindful of the sacrifices borne by our ancestors. I thank President Bush for his service to our nation, as well as the generosity and cooperation he has shown throughout this transition. Forty-four Americans have now taken the presidential oath. The words have been spoken during rising tides of prosperity and the still waters of peace.

Yet, every so often the oath is taken amidst gathering clouds and raging storms. At these moments, America has carried on not simply because of the skill or vision of those in high office, but because We the People have remained faithful to the ideals of our forbearers, and true to our founding documents. So it has been. So it must be with this generation of Americans. That we are in the midst of crisis is now well understood.

Our nation is at war, against a far-reaching network of violence and hatred. Our economy is badly weakened, a consequence of greed and irresponsibility on the part of some, but also our collective failure to make hard choices and prepare the nation for a new age. Homes have been lost; jobs shed; businesses shuttered. Our health care is too costly; our schools fail too many; and each day brings further evidence that the ways we use energy strengthen our adversaries and threaten our planet. These are the indicators of crisis, subject to data and statistics.

Less measurable but no less profound is a sapping of confidence across our land - a nagging fear that America's decline is inevitable, and that the next generation must lower its sights. Today I say to you that the challenges we face are real.

They are serious and they are many. They will not be met easily or in a short span of time. But know this, America - they will be met. On this day, we gather because we have chosen hope over fear, unity of purpose over conflict and discord. On this day, we come to proclaim an end to the petty grievances and false promises, the recriminations and worn out dogmas, that for far too long have strangled our politics. We remain a young nation, but in the words of Scripture, the time has come to set aside childish things.

The time has come to reaffirm our enduring spirit; to choose our better history; to carry forward that precious gift, that noble idea, passed on from generation to generation: the God-given promise that all are equal, all are free, and all deserve a chance to pursue their full measure of happiness.

In reaffirming the greatness of our nation, we understand that greatness is never a given. It must be earned. Our journey has never been one of short-cuts or settling for less. It has not been the path for the faint-hearted - for those who prefer leisure over work, or seek only the pleasures of riches and fame. Rather, it has been the risk-takers, the doers, the makers of things - some celebrated but more often men and women obscure in their labor, who have carried us up the long, rugged path towards prosperity and freedom.

For us, they packed up their few worldly possessions and traveled across oceans in search of a new life. For us, they toiled in sweatshops and settled the West; endured the lash of the whip and plowed the hard earth. For us, they fought and died, in places like Concord and Gettysburg; Normandy and Khe Sahn. Time and again these men and women struggled and sacrificed and worked till their hands were raw so that we might live a better life. They saw America as bigger than the sum of our individual ambitions; greater than all the differences of birth or wealth or faction.

This is the journey we continue today. We remain the most prosperous, powerful nation on Earth. Our workers are no less productive than when this crisis began. Our minds are no less inventive, our goods and services no less needed than they were last week or last month or last year. Our capacity remains undiminished. But our time of standing pat, of protecting narrow interests and putting off unpleasant decisions - that time has surely passed. Starting today, we must pick ourselves up, dust ourselves off, and begin again the work of remaking America. For everywhere we look, there is work to be done.

The state of the economy calls for action, bold and swift, and we will act - not only to create new jobs, but to lay a new foundation for growth. We will build the roads and bridges, the electric grids and digital lines that feed our commerce and bind us together. We will restore science to its rightful place, and wield technology's wonders to raise health care's quality and lower its cost. We will harness the sun and the winds and the soil to fuel our cars and run our factories. And we will transform our schools and colleges and universities to meet the demands of a new age. All this we can do. And all this we will do.

Now, there are some who question the scale of our ambitions - who suggest that our system cannot tolerate too many big plans.

Their memories are short. For they have forgotten what this country has already done; what free men and women can achieve when imagination is joined to common purpose, and necessity to courage. What the cynics fail to understand is that the ground has shifted beneath them - that the stale political arguments that have consumed us for so long no longer apply.

The question we ask today is not whether our government is too big or too small, but whether it works - whether it helps families find jobs at a decent wage, care they can afford, a retirement that is dignified. Where the answer is yes, we intend to move forward. Where the answer is no, programs will end. And those of us who manage the public's dollars will be held to account - to spend wisely, reform bad habits, and do our business in the light of day - because only then can we restore the vital trust between a people and their government. Nor is the question before us whether the market is a force for good or ill.

Its power to generate wealth and expand freedom is unmatched, but this crisis has reminded us that without a watchful eye, the market can spin out of control - and that a nation cannot prosper long when it favors only the prosperous. The success of our economy has always depended not just on the size of our Gross Domestic Product, but on the reach of our prosperity; on our ability to extend opportunity to every willing heart - not out of charity, but because it is the surest route to our common good. As for our common defense, we reject as false the choice between our safety and our ideals.

Our Founding Fathers, faced with perils we can scarcely imagine, drafted a charter to assure the rule of law and the rights of man, a charter expanded by the blood of generations. Those ideals still light the world, and we will not give them up for expedience's sake. And so to all other peoples and governments who are watching today, from the grandest capitals to the small village where my father was born: know that America is a friend of each nation and every man, woman, and child who seeks a future of peace and dignity, and that we are ready to lead once more.

Recall that earlier generations faced down fascism and communism not just with missiles and tanks, but with sturdy alliances and enduring convictions. They understood that our power alone cannot protect us, nor does it entitle us to do as we please. Instead, they knew that our power grows through its prudent use; our security emanates from the justness of our cause, the force of our example, the tempering qualities of humility and restraint. We are the keepers of this legacy. Guided by these principles once more, we can meet those new threats that demand even greater effort - even greater cooperation and understanding between nations.

We will begin to responsibly leave Iraq to its people, and forge a hard-earned peace in Afghanistan. With old friends and former foes, we will work tirelessly to lessen the nuclear threat, and roll back the specter of a warming planet. We will not apologize for our way of life, nor will we waver in its defense, and for those who seek to advance their aims by inducing terror and slaughtering innocents, we say to you now that our spirit is stronger and cannot be broken; you cannot outlast us, and we will defeat you. For we know that our patchwork heritage is a strength, not a weakness.

We are a nation of Christians and Muslims, Jews and Hindus - and non-believers. We are shaped by every language and culture, drawn from every end of this Earth; and because we have tasted the bitter swill of civil war and segregation, and emerged from that dark chapter stronger and more united, we cannot help but believe that the old hatreds shall someday pass; that the lines of tribe shall soon dissolve; that as the world grows smaller, our common humanity shall reveal itself; and that America must play its role in ushering in a new era of peace.

To the Muslim world, we seek a new way forward, based on mutual interest and mutual respect. To those leaders around the globe who seek to sow conflict, or blame their society's ills on the West - know that your people will judge you on what you can build, not what you destroy. To those who cling to power through corruption and deceit and the silencing of dissent, know that you are on the wrong side of history; but that we will extend a hand if you are willing to unclench your fist.

To the people of poor nations, we pledge to work alongside you to make your farms flourish and let clean waters flow; to nourish starved bodies and feed hungry minds. And to those nations like ours that enjoy relative plenty, we say we can no longer afford indifference to suffering outside our borders; nor can we consume the world's resources without regard to effect. For the world has changed, and we must change with it.

This is the meaning of our liberty and our creed - why men and women and children of every race and every faith can join in celebration across this magnificent mall, and why a man whose father less than sixty years ago might not have been served at a local restaurant can now stand before you to take a most sacred oath. So let us mark this day with remembrance, of who we are and how far we have traveled. In the year of America's birth, in the coldest of months, a small band of patriots huddled by dying campfires on the shores of an icy river. The capital was abandoned. The enemy was advancing. The snow was stained with blood.

At a moment when the outcome of our revolution was most in doubt, the father of our nation ordered these words be read to the people:

"Let it be told to the future world...that in the depth of winter, when nothing but hope and virtue could survive...that the city and the country, alarmed at one common danger, came forth to meet [it]."

America. In the face of our common dangers, in this winter of our hardship, let us remember these timeless words. With hope and virtue, let us brave once more the icy currents, and endure what storms may come. Let it be said by our children's children that when we were tested we refused to let this journey end, that we did not turn back nor did we falter; and with eyes fixed on the horizon and God's grace upon us, we carried forth that great gift of freedom and delivered it safely to future generations."

lunes, 19 de enero de 2009

De vuelta y media

JUAN GOYTISOLO 23/11/2008

Las cosas están claras: mientras las víctimas de la behetría reinante en el campo republicano durante los primeros meses de la Guerra Civil reciben el tratamiento de mártires -977 de ellos disfrutan ya de la gloria eterna de los beatos y está en marcha la ascensión a las alturas de 500 más-, los exterminados metódicamente por el entonces llamado Movimiento Salvador -los ciento catorce mil y pico de desaparecidos, ejecutados por la Falange y los militares alzados contra la legalidad constitucional desde el 17 de julio de 1936 hasta un cuarto de siglo después-, deben seguir pudriéndose en las fosas comunes esparcidas por toda la Península, según el portavoz de los obispos, so pena de "reabrir heridas", "sembrar cizaña entre nuestros compatriotas" y "perturbar la paz social".

Las palabras del cardenal Rouco Varela, presidente de la Conferencia Episcopal Española, ante la asamblea sinodal celebrada en Roma el pasado mes de octubre, en las que arremetía contra la cultura moderna y su concepción inmanentista del hombre, sin referencia explícita ni implícita a Dios Creador y Redentor de la humanidad, a Dios "que es amor", llenan de estupor a cualquier conocedor del poco ameno historial de la Iglesia católica: tras un periodo de relativa tolerancia -el de los concilios de Basilea y de Constanza-, se convirtió a partir de Trento en una máquina implacable de persecución. Sin necesidad de remontarse a la Contrarreforma y a la muy poco santa Inquisición, su intervención en el siglo XIX a favor del absolutismo fernandino y de los facciosos carlistas para quienes el liberalismo era pecado mortal, y en el siglo XX, de la Cruzada de Franco y de la despiadada dictadura que le sucedió, desmienten su pretensión de que el dios que invocan sea el "Dios del amor".

La Iglesia que se dice agredida por el divorcio (con las sonadas excepciones que todos sabemos), el uso de los preservativos, el matrimonio entre personas del mismo sexo, la muerte asistida y un largo etcétera, se aferra con garras y dientes a un Concordato abusivo como el de 1979 y, con un ojo en el cielo y otro en las arcas, lucha por una financiación estatal claramente discriminatoria de las demás creencias implantadas en España. Si acepta de mala gana una tolerancia contraria a sus principios y prácticas viejas de siglos, diaboliza el laicismo que deja a Dios en las conciencias y al ciudadano en las aulas. Su oposición tenaz a la asignatura Educación para la Ciudadanía es otra expresión patente de su doble rasero moral. La experiencia nos enseña que ninguna concesión financiera podrá descabalgarla de su oposición a un laicismo republicano como el que Combes estableció en Francia en 1905, ya que sus dogmas e intereses políticos se oponen a ello. Hablar de laicismo positivo como Sarkozy es pu-ro dislate. Las cenizas de quienes fijaron la separación entre Iglesia y Estado deben de removerse en sus tumbas.

En una obra de publicación reciente, Les Nouveaux Soldats du Pape, sus autoras, Caroline Fourest y Fiametta Venner, consideran el apoyo resuelto de Benedicto XVI a las corrientes más conservadoras e intransigentes de la Iglesia como una respuesta del actual pontífice a los desafíos simultáneos del laicismo, el protestantismo y el Islam. La caída alarmante del número de vocaciones religiosas católicas en la Europa de nuestros días (a causa, según Rouco, "del nihilismo existencial y de la dictadura del relativismo ético"), el trasvase de comunidades enteras a las iglesias evangélicas en Iberoamérica y el agravio comparativo con la buena salud y celo proselitista de su rival histórico desde tiempos de las Cruzadas, conducen a Ratzinger a reafirmar el cambio de orientación madurado ya en el pontificado de su predecesor: el retorno a las esencias y principios diluidos en una modernidad "sin rumbo" por el aggiornamento de Juan XXIII y el Segundo Concilio Vaticano. Tras el aperturismo al mundo de hoy -el catolicismo de rostro humano- Wojtyla dio marcha atrás. Su patrocinio de nuevas formas de apostolado seglar como las del Opus Dei y los Legionarios de Cristo Rey -a los que habría que añadir la del Camino Neocatecumenal de Kiko Argüelles-, fue el indicativo del cambio que Benedicto XVI impulsa con fervor. Puesto que los seminarios, conventos y parroquias se vacían, la transmisión del mensaje de la Iglesia a las sociedades hedonistas y crecientemente laicas -esto es, la misión de liderar la vuelta a los valores y ritos anteriores al aggiornamento- recae en aquellos movimientos, a la vez tradicionalistas y expertos en una mercadotecnia al servicio de la salvación de las almas. Disciplina, militancia, buenas conexiones con el capital y afán de pastorear el rebaño de fieles sin brújula se conjugan en la visión de Ratzinger con la reivindicación de unas ceremonias y prácticas arrinconadas desde el Segundo Concilio y, en especial, del latín.

Los jerarcas y sacerdotes nostálgicos de los buenos tiempos de la cruz y la espada pueden expresarse de nuevo en un idioma que la inmensa mayoría de fieles no entiende y rodearse de una solemnidad que exhibe sin recato su poder temporal y de una ostentación de riqueza más próximas a las del César que a la figura de Jesús. Todo ello sin desdeñar nuevas vías de conectar con las masas -particularmente con niños y jóvenes- a través de festivales de música, himnos coreados al unísono, apariciones carismáticas en lugares de culto mariano y otras concesiones al universo mediático de la época. Ratzinger, como Wojtyla, lo han comprendido bien: el titular de la Silla de Pedro ha de ser un gran comunicador.

Resulta comprensible que los miembros de Redes Cristianas, los seguidores de la Teología de la Liberación y otros movimientos dignos surgidos al calor de la encíclica Pacem in terris se sientan frustrados por la actual deriva tradicionalista y el entierro del legado de Juan XIII. La acumulación de disparates contrarios al saber demostrable y a la ética social (condena inapelable de la interrupción del embarazo, presunto diseño inteligente del universo, reprobación de la investigación científica de células madre, la abstinencia sexual como remedio a los estragos del sida, etcétera) muestran a las claras la brecha abierta entre la Iglesia católica y la sociedad del segundo milenio. Pero, a fin de cuentas, los laicos de mi especie no deberíamos indignarnos demasiado. Hace bastantes años, el aggiornamento inspiró a un descreído el texto homónimo que reproduzco a continuación:

"Dos teorías antagónicas abordan la solución del problema: una sostiene el argumento consabido de que su escenografía y vestuario es puro anacronismo, motivo de justa irritación, piedra de escándalo. Que al fin y al cabo son como los demás y como tales debieran ir vestidos. Otra pretende todo lo contrario y refleja la opinión de los poetas. Acentuar, al revés, las diferencias y ayudar así a que el vulgo los distinga: preservar las ceremonias y la pompa, las carrozas doradas y los palios, el trono de marfil y los flabelos. Exigir de ellos ritos y disfraces y hacerlos, en general, más vulnerables al dedo indicador y la sonrisa".

(El laico feroz autor de estas líneas, a las que añadió algunas más en una de sus novelas, no es otro que el firmante de este artículo de Opinión).

sábado, 17 de enero de 2009

Política de Dios

17 abril, 2008 - Lluís Bassets


Éste es un viaje especial. En el que se encuentran el mayor imperio espiritual y el mayor imperio terrestre y sus respectivos emperadores, el sumo pontífice romano y el presidente de los Estados Unidos de América. Tiene una dimensión universal innegable. Por el alcance de las respectivas vocaciones de ambos poderes, pero también por la agenda de cuestiones internacionales que ocuparán las conversaciones: el terrorismo en el mundo musulmán, el hambre en África, la situación política de Líbano, los derechos humanos en el mundo... Pero tiene a la vez una dimensión particular. Es el viaje de la autoridad religiosa más reconocida del planeta a un país que sitúa las creencias y la expresión pública y abierta de la fe en alguna divinidad en un lugar especial de la vida política. Y que cuenta al catolicismo como una de sus más extensas confesiones religiosas, en la que está adscrito uno de cada cuatro ciudadanos.

La comparación entre las ideas y actitudes religiosas de los dos emperadores, el terrenal y el espiritual, es un ejercicio sugerente, que aquí sólo se puede esbozar. Baste con mencionar la síntesis del biógrafo de uno de ellos, Jacob Weisberg (The Bush Tragedy): "El mejor término para la fe de Bush es la autoayuda metodista", bien lejos de la sólida fe de Ratzinger, la propia de uno de los mayores catedráticos de teología de la universidad alemana. Weisberg añade que "si Bush hace proselitismo no es para su confesión ni siquiera para el cristianismo, sino por el poder de la fe en sí misma". La fe le ayudó a abandonar el alcohol y le condujo, como cristiano renacido, a entrar en política. "Si la teología de Bush está vacía de contenido, su aplicación a la política es hábil y sofisticada", escribe su biógrafo. Sin esa función de la religión y su impacto, principalmente en el Biblebelt (los estados del llamado cinturón bíblico), no es posible explicar los éxitos electorales de Bush y el proyecto, éste fracasado, de Karl Rove, su asesor electoral, de convertir al Partido Republicano en la fuerza hegemónica para los próximos 20 años.

Una tercera organización de vocación también universal como Naciones Unidas entrará en juego en este viaje, pero en su caso ofreciendo una tribuna al Papa para que desarrolle el argumento mayor de su papado, que consiste en identificar los valores del catolicismo con los de una ley natural válida y exigible en todo el mundo. En nombre de ese universalismo, Roma quiere imponer su panoplia de valores conservadores contra el aborto y la contracepción, la investigación con células madre, o la ayuda a morir dignamente, junto a los más progresistas, como su oposición a la pena de muerte o a la idea de una guerra preventiva, como fue la invasión de Irak por EE UU. En el primer capítulo hay una coincidencia profunda entre las ideas neocon que han marcado la presidencia de George Bush, mientras que en el segundo se produce una seria divergencia, pues el Vaticano funciona con conceptos similares a los Estados europeos, más proclives a la acción diplomática y al multilateralismo.

El capítulo de coincidencias entre el neocon Bush y el teocon Ratzinger no es en absoluto superficial. La confesión metodista de Bush descarta, como el catolicismo, la idea de predestinación. La universalidad de la fe, como mínimo en su utilidad, le acerca al antirrelativismo del Papa, incluso como forma de reacción a sus respectivas experiencias históricas: Bush frente a la contracultura norteamericana de los años 60 y Ratzinger frente a Mayo del 68. Bush tiene mucho de católico en su actitud religiosa. Como lo tenía Blair, hasta el punto de que se convirtió. También Ratzinger tiene algo de americano, según se desprende de sus propias declaraciones en el avión antes de pisar Estados Unidos, pues envidia la estrecha vinculación entre identidad personal y religión y la idea "de un Estado secular que abre la posibilidad a todas las confesiones y todas las formas de ejercicio religioso" y es "exactamente lo contrario de la religión del Estado".

Finalmente, el cuarto vértice del viaje es el encuentro entre el pastor y su grey, una de las más numerosas y más ricas del mundo, y también una de las más desorientadas y desmoralizadas, por causa del escándalo de los curas pederastas. Coincide, además, en año electoral con tres candidatos en dura competencia, cada uno de los cuales quiere aprovechar estos días para acercarse a un grupo humano de peso decisivo, que tradicionalmente votaba demócrata, pero en la última elección presidencial se decantó por el candidato republicano. Es difícil escrutar los designios divinos que hay en un viaje de tan múltiples facetas políticas. Pero sin duda los hay y tendrán efectos. Esto es alta política.

Wojtyla en concierto

MANUEL VICENT 17/08/2008 El País

El papa Juan XXIII suprimió la silla gestatoria porque estaba muy gordo y creía que su peso no se correspondía con el exiguo estipendio que cobraban sus costaleros. Pudo haberles subido el sueldo, pero prefirió bajarse él de la peana. Juan XXIII fue el primer Papa que caminó con las manos en la espalda entre las hortensias y los rododendros del jardín del Vaticano con la misma actitud del campesino que observa las alcachofas de la huerta. Tenía 77 años cuando en 1958 accedió al papado. Los cardenales pensaron que sería un hombre de transición, pero Juan XXIII tenía una rareza: era un papa que creía en Dios. Y a causa de esta gracia estuvo a punto de hundir a la Iglesia. Con el Concilio Vaticano II los templos se llenaron de guitarras, el latín fue descabalgado de la liturgia, con lo cual los fieles comenzaron a entender lo que se mascullaba en el altar. En la mayoría de los casos se trataba de preces muy vulgares, sin aliento místico ni siquiera poético. Juan XXIII murió en 1963 después de desmontar el caparazón de oro de la Iglesia y dejar las sacristías infiltradas de marxistas.

Vino a poner orden un intelectual dubitativo, Pablo VI, que tenía el don de angustiarse en público. Mediante distinciones escolásticas muy sutiles logró que el diálogo entre cristianos y marxistas se estabilizara en el sexo de los ángeles. Después llegó el papa Luciani, en 1978, a quien le costó muy caro no haber sabido disimular su espanto al descubrir las cuentas e inversiones del Vaticano. Pocos días después de su elección se encontró de repente en presencia de Dios, gracias a un té con leche muy cargado.

Vistas las cosas que pasaban, esta vez a la hora de elegir a su sucesor, el Espíritu Santo consultó con la CIA y con el Pentágono antes de inspirar a los cardenales. En Washington le susurraron al oído que tenían preparado a un polaco, anticomunista visceral, para un alto destino. Era el Papa que necesitaba el Occidente. El 16 de octubre de 1978 fue elegido Wojtyla en la segunda votación, un hombre fuerte, de 57 años, que había sido actor en su juventud, trabajador en una fábrica, con una novia gaseada en un campo de concentración nazi. En ese momento los obreros de Polonia estaban a un punto de la rebelión. Las manifestaciones de protesta iban presididas por enormes imágenes de Wojtyla y de la Virgen María, que se reflejaban en las gafas negras del general Jaruzelski. La alta misión espiritual a la que fue llamado este Papa consistía en dar con un martillo de plata obsesivamente a un tabique deteriorado del imperio soviético cuya grieta pasaba por Cracovia. Si lograba partirlo, todo el tinglado se vendría abajo. Wojtyla comenzó a darle con el martillo y, de pronto, se acabó la historia, según Fukuyama.

Que la jugada era arriesgada se supo poco después cuando el KGB le mandó unas cartas credenciales al pontífice. El turco Mehmet Ali Agca en plena plaza de San Pedro lo baleó directamente en el estómago en medio de un revuelto de seglares y monjas que rodeaba su coche descapotado. Fue el 13 de mayo de 1981. La conexión búlgara tenía ramificaciones lejanas, muy misteriosas, puesto que el mismo día, un año después, en el santuario de Fátima, en lugar de aparecérsele la Virgen, se le acercó un sacerdote dispuesto a asestarle en el costado un cuchillo de cortar jamón.

A partir de entonces la fe dio un salto cualitativo: Dios también necesitaba guardaespaldas. La imagen de Wojtyla impartiendo amor divino a todo mundo dentro de una urna de cristal antibalas fue un arquetipo del final del siglo XX. El proyectil de Ali Agca le complicó el organismo, pero Wojtyla nunca olvidaría que de joven quiso ser actor. El encuentro con su frustrado asesino en la cárcel de Regina Coeli no lo hubiera mejorado Bertold Brecht. Tenía además a su disposición todo el boato de la liturgia con 2.000 años de experiencia. La sacristía de la basílica de Roma estaba llena de vestiduras de oro, terciopelos, sedas y damascos, a los que ahora había que añadir chalecos antibalas de Armani, muy flexibles. Ningún espectáculo mundial disponía de un atrezo semejante. Para que la Iglesia recuperara su antiguo esplendor se requería que entraran en acción las masas. Wojtyla se encargó de darles un aire de grandes conciertos de rock a las manifestaciones religiosas donde él oficiaba de Gran Mono Blanco de la tribu. Al final, con el cuerpo maltrecho, envuelto en un caparazón de oro, este actor representó su propia agonía ante el mundo y a su muerte dejó al catolicismo recargado con la electricidad estática que generan siempre las concentraciones fanatizadas, inoculándole el carácter de una gran secta planetaria. Wojtyla había cumplido la doble misión que le habían encargado a medias el Pentágono y el Espíritu Santo.

viernes, 16 de enero de 2009

Ser joven

MANUEL VICENT30/12/2007 (El País)
A cualquier edad, ser joven consiste en gozar de una salud aceptable y tener proyectos. No valen de nada esos retos que uno se impone a sí mismo el primero de enero todos los años. Me gustaría saber cuántos de aquellos sesentones que ese día, de buena mañana, se echaron a la calle a hacer siguen vivos todavía. Ser joven a cualquier edad consiste en creer que se puede ser héroe sin necesidad de someterse a una dieta de pepitas de calabaza para perder la tripa. Incluso cuando se es muy viejo, uno tiene todavía grandes cosas que hacer; por ejemplo, morirse o, en su defecto, subir al Himalaya. Normalmente, el Everest se escala en una sola ocasión en la vida; en cambio, hay gente pesada que no para de morirse todos los días, una y otra vez. Largarse de este mundo es un gran proyecto que hay que mimar mucho para que salga bien a la primera, pero, mientras no llegue la hora de esa gran escalada, existe la obligación de meterse en charcos y complicarse la existencia si uno quiere estar vivo a cualquier edad. Los atlantes fueron unos héroes mitológicos que con sus propios brazos separaron el cielo de la tierra, lo elevaron a la estratosfera y todavía lo sostienen sobre sus espaldas. Frente a ese mito, la máxima hazaña que puede hoy realizar cualquiera consiste en cargar con el horizonte, como si se tratara de un decorado de teatro, y montarlo un poco más allá, siempre a tres meses de distancia, y ante él representar la obra de su propia vida simulando las más altas pasiones. Por mi parte, tengo la gran aspiración de llegar sano y salvo a la próxima primavera. Si logro alcanzar ese horizonte, lo cargaré de nuevo al hombro para plantarlo en el verano. Frente al decorado de cada estación del año, la vida puede cobrar una intensidad insospechada. De pronto, regar la maceta del geranio o cambiarle el agua al canario adquieren una dimensión planetaria; aporrear el tabique para que el vecino baje la radio redime toda una historia de cobardía; excitarse viendo cómo se desnuda la chica en la ventana de enfrente supone una aventura más fuerte que enamorar a una diva y pasearla de la mano por los templos de Luxor, como un hortera. Basta con pegar la nariz al horizonte para que te conviertas en un joven lleno de hazañas.

jueves, 15 de enero de 2009

Ver, imaginar, sentir, el dolor ajeno

JUAN GOYTISOLO 13/01/2009. El País.
Sólo dañamos a los demás cuando somos incapaces de imaginarlos", leí en algún libro, no sé si de Todorov o de Carlos Fuentes. La frase se refería a gestas lejanas, como fueron la Conquista española de América o las guerras coloniales europeas del siglo XIX, cuando las crueldades de aquéllas, sufridas por pueblos "inferiores", se revestían con un nimbo de altruismo y heroicidad: misión evangelizadora o aportación de las luces de la civilización a su barbarie y atraso.Las cosas son hoy distintas. Ya se trate de guerras de agresión, ya de supuestamente defensivas e incluso preventivas, las imágenes del daño causadas por ellas nos llegan directamente a domicilio. Asistimos en nuestra casa a las atrocidades de los bombardeos, a la muerte casi en directo de mujeres y de niños, al martilleo continuo de poblaciones aterrorizadas. La vista sobrecogedora de ruinas, cadáveres, desesperación de los próximos a las víctimas, puede ser captada no obstante sin que imaginemos los sentimientos de impotencia, rabia o dolor ajenos, sin que nos pongamos en la piel de quienes los sufren. El rechazo voluntario o inducido al reconocimiento del daño que causamos es a menudo producto de la ansiedad, del horror a nuestro propio pasado, de temores ancestrales a su reiteración en lo por venir. Matamos por miedo, atrapados en una espiral de zozobra, recelo e impulsos agresivos de la que es difícil escapar. A causa de ello dejamos que la fuerza de la razón ceda paso a la razón de la fuerza. No nos sentimos culpables del mal que infligimos en función del que pudiera abatirse sobre nuestras cabezas. La lógica del temor / castigo / temor no tiene fin, pero la angustia y la confianza ciega en la propia fuerza son malas consejeras.Escribo esto a propósito de Gaza. ¿Era necesaria tal exhibición de prepotencia militar para poner fin al lanzamiento de cohetes artesanales a Sdirot y a otras localidades israelíes cercanas a la franja? El asedio por tierra, mar y aire a un millón y medio de personas hambrientas y que claman venganza, ¿conduce a una resolución del problema securitario de Israel o, más previsiblemente, lo agrava? ¿Era la única opción sobre el tapete después del minigolpe de Estado de Hamás contra la desacreditada Autoridad Palestina, como repiten a diario los portavoces militares y gubernamentales del Estado hebreo? La comunidad internacional, salvo los halcones de Bush, piensa lo contrario. Machacar, machacar y machacar no garantiza el futuro de Israel: lo enclaustra en una mentalidad asediada que a largo plazo juega contra él. Sembrar el odio y el afán de revancha refuerzan, al revés, a Hamás, Hezbolá, y a sus mentores iraníes y sirios. ¿No es contradictorio alegar la legítima defensa del Estado judío contra "los lobos" que le rodean (empleo la terminología de un conocido analista norteamericano) y fomentar al mismo tiempo la proliferación infinita de estos "lobos" con una política de asfixia y destrucción de todas las infraestructuras civiles de la franja, incluidas escuelas, mezquitas, edificios administrativos y centros de acogida para refugiados de Naciones Unidas? No basta con ver el destrozo cruel en los noticiarios televisivos para ponerse en la piel del daño infligido al otro: a estos centenares de miles de jóvenes de la franja, indignados por la patética incapacidad de Abbás y la complicidad en su desdicha de supuestos países hermanos, como el Egipto de Mubarak. Cualquier observador extranjero comprobará el efecto inverso del encarnizamiento que convierte a este gueto infame en un auténtico infierno: desde la frase de un profesor, laico por más señas, reproducida en uno de mis reportajes sobre Gaza de la pasada década -"mire a los jóvenes de los campos. Viven apretujados, sin trabajo, distracciones, posibilidades de emigrar ni de fundar una familia. Poco a poco se sienten morir en vida y su corazón se transforma en bomba. Y un día, sin avisar a nadie, correrán con un arma cualquiera a una operación terrorista suicida. No les importa morir porque se sienten ya muertos"-, hasta la recogida por el corresponsal de este periódico el pasado día 5 -"la gente apoya más que nunca a Hamás porque ha llegado un punto en el que la vida y la muerte son casi lo mismo"-, los hechos confirman que el Plomo Endurecido no resuelve nada: dilata y dificulta inútilmente la ya compleja y ardua resolución del conflicto.Confieso mi perplejidad ante un dislate como el que, tras la terrible frase de Sharon -"los palestinos deben sufrir mucho más", formulada hace siete años a guisa de programa de acción-, un intelectual como Abraham Yehoshua la acepte hoy a su manera cuando, en estas mismas páginas, afirmaba sin rubor que "la capacidad de sufrimiento de los palestinos es mucho mayor. ¿Se basa ello en un diagnóstico científico, en un psicómetro capaz de medir el dolor propio y ajeno? O ¿no será más bien reflejo de esta incapacidad de imaginar el padecimiento de los demás, ya fueren judíos, indoamericanos, negros o palestinos? Una oportuna lectura de Todorov nos sacaría de dudas.El aplastamiento de Gaza no responde a una estrategia bien meditada: se funda más bien en una política oportunista de rentabilidad electoral de cara a las próximas elecciones parlamentarias, a costa de desvanecer las últimas ilusiones de quienes, desde Oslo a Annápolis, creyeron en la posibilidad de una solución dialogada, aunque desmentida año tras año, sobre el terreno, en los Territorios Ocupados: extensión imparable de la colonización, humillaciones diarias de los habitantes de Jerusalén Este y de Cisjordania, miseria y asfixia de Gaza, sobre todo después del triunfo electoral de Hamás, calificado de movimiento terrorista por Norteamérica y por una Unión Europea trágicamente desunida e incapaz de desempeñar el papel de mediador creíble que aconsejan las circunstancias.El juego de separar el supuesto Estado palestino en dos entidades y de fragmentar el territorio cisjordano en bantustanes inviables perjudica ante todo al desacreditado Gobierno de Mahmud Abbás. Pues el radicalismo de una parte alimenta al de la otra y, con la excusa de no dialogar con los terroristas -obviando el hecho de que fueron democráticamente elegidos- el único "Estado democrático" de la región viola a diario las resoluciones de la ONU y desdeña olímpicamente la reprobación casi unánime de la opinión pública internacional.Me vienen a la memoria la frase de alguien tan poco sospechoso de parcialidad antiisraelí como Marek Halter después de su visita a los Territorios Ocupados -"tengo miedo por Israel e Israel me da miedo"- y las reflexiones de mi amigo Jean Daniel sobre la paradoja histórica de que Israel -creado por los padres del movimiento sionista con el objetivo de constituir un Estado como los demás-, actúa desde 1967 como un Estado diferente de los demás, en la medida en que se sitúa deliberadamente al margen de la comunidad internacional que reconoció su existencia hace 60 años. La falta de imaginación respecto al dolor de los palestinos -la capacidad ética y, a fin de cuentas, humana de ponerse en su lugar- le encierra en un callejón sin salida: el de golpear más y más duro a sus enemigos, tanto a los que se niegan a aceptar la realidad con su infausta retórica e insostenibles bravatas -las de "arrojar a los judíos al mar"- como a los que aspiran a una paz y a un horizonte compartidos mediante el retorno a la llamada línea verde, conforme a la resolución 242 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.Escucho, con esperanza y alivio, la voz de sus intelectuales disidentes, de esos hombres y mujeres resueltos a distanciarse de la unanimidad clamorosa que señalan las encuestas por el éxito efímero de la devastadora operación militar en la franja. Son los disidentes laicos de uno y otro bando quienes abanderan la vuelta a la razón. Su aún quimérico anhelo de paz, se basa en la esperanza de alcanzar algún día un acuerdo pragmático y justo. Simples seres humanos, ven, imaginan y sienten el daño que infligen a los otros y que no quieren para sí mismos. En la línea ejemplar de Edward Said, desarraigado a la fuerza desde su niñez palestina, se niegan a echar raíces, como los árboles en el suelo de la opresión. Quieren ser el viento y el agua, como todas las cosas que fluyen en la constante mutabilidad del río de Heráclito. ¡Ojalá un día, más temprano que tarde, la historia les dé la razón!

miércoles, 14 de enero de 2009

El "bus ateo" como síntoma.

Josep Ramoneda
Publicado en Política, Religión by reggio en Enero 13th, 2009
Que el llamado “bus ateo” sea motivo de polémica dice mucho sobre la escasa tradición liberal de este país, consecuencia del extraordinario peso del comunitarismo tanto en su versión religiosa como en su versión identitaria. Una asociación privada ha decidido gastarse un dinero para que dos líneas de autobuses lleven un anuncio que dice así:Probablemente Dios no existe, deja de preocuparte y disfruta la vida. En los buses hemos visto de todo, anuncios de películas y espectáculos, carteles electorales, mensajesPublicar entrada comerciales y otros intentos de quedarse con el personal. Los anunciantes reservan el espacio, pagan y si no hay nada ilegal en la propuesta, por mucho que el bus sea un servicio público, (también lo es la televisión) poco hay que objetar. Afortunadamente, no vivimos en una dictadura católica como era el franquismo ni en un régimen fundamentalista. Los promotores de la polémica campaña no violan ninguna ley, no cometen ningún delito, tienen el mismo derecho a poner este anuncio que los que hacen cualquier otro tipo de propaganda política, religiosa o ideológica. Hay asociaciones antiabortistas, por ejemplo, que nos bombardean publicitariamente por tierra, mar y aire. Tienen todo el derecho. Como me parece perfectamente lógico que algunos cristianos se sientan interpelados y contesten por el mismo procedimiento. Con la globalización, las religiones han perdido los monopolios territoriales y el mercado de las almas se ha puesto extremadamente duro y competitivo. Son tiempos difíciles para todos, también para las religiones. Aunque, sin duda, sabrán sacar partido de la coyuntura porque como es conocido su mejor caldo de cultivo son las desgracias de los humanos. Por los clásicos sabemos -quizá por John S. Mill, más que por cualquier otro- que lo importante no es que la religión sea verdadera, sino que sea útil. Y en estos momentos hay religiones con problemas para convencer de su utilidad. A mí, personalmente, el texto de este anuncio, presuntamente ateo, me parece ridículo. La palabra “probablemente”, que encabeza el anuncio, podría hacernos pensar en unos ateos tan sensibles al temor de Dios que son muy prudentes al negar su existencia. Pero, en realidad, nuestros ateos locales no han hecho más que traducir el anuncio que una asociación inglesa puso en los autobuses, en un contexto en que la palabra “probablemente” respondía irónicamente a otro mensaje publicitario. La frase es entre tópica e ingenua, anclada en la presunción de que los creyentes no pueden gozar de la vida. Ni la creencia ni la increencia garantizan la felicidad. Pero además, en un país católico como éste, todos sabemos el gusto que da comer la fruta prohibida. Afortunadamente, para el bien de la convivencia, abundan los pecadores. Pero si arcaico y desplazado es el texto del anuncio, también lo son algunas de las reacciones y respuestas, que corresponden inevitablemente al guión de las ideologías comunitaristas. El peso de la religión católica en el pasado ha sido tan alto que, en el fondo, al no creyente se le ha tolerado pero nunca ha sido plenamente reconocido. Siempre ha sido considerado un ser en falta. Por parte de los funcionarios de Dios, por supuesto, que, hablan siempre con la impunidad y la arrogancia del que se cree con derecho a salvar a los demás. Pero también por parte de importantes sectores ciudadanos que ven el catolicismo como una pieza clave de la sopa nacional. Un montón de veces hemos oído la advertencia de no herir la sensibilidad de los cristianos. Nunca nadie se ha preocupado por la sensibilidad de los no cristianos, como si por el hecho de ser ateos no tuvieran sensibilidad, estuvieran más cerca de las bestias que de los hombres. Y, sin embargo, los medios van llenos de declaraciones de autoridades religiosas que son una verdadera ofensa para cualquier sensibilidad ya ni siquiera atea, simplemente agnóstica. Hemos oído repetir que racionalmente no se puede ser ateo porque no es posible demostrar que Dios no existe. La experiencia, es decir, este territorio que se forma cuando el sujeto entra en contacto con la realidad, me ofrece cada día montones de pruebas de que Dios no existe; en cambio, no he visto todavía ninguna que me haga pensar lo contrario. Y en todo caso si existiera, este Dios que permite atrocidades, como vemos todos los días, muchas de ellas ejercidas en su nombre, no merece, desde luego, ser respetado ni adorado. Ya lo decía Norman Manea, a través de uno de sus personajes literarios, “el gran guionista de los cielos nos ha contratado para eso”: para distraerse con la tragedia de la muerte. Pero obviamente toda experiencia es subjetiva, por tanto, comunicable pero no susceptible de ser transferida a los demás. Cada cual tiene la suya. En los argumentos leídos estos días en torno al anuncio trasluce también la eterna apelación a lo nuestro. Hay cosas como la religión católica que, por ser nuestras, de toda la vida, merecen una consideración y una protección especial. Y hay elementos extraños como los ateos que no tienen por qué venir a enredar. Nada raro en un país en que los liberales se cuentan con los dedos de una mano y en que las ideologías comunitaristas han campado siempre a sus anchas. Es un país con tendencia a estrechar, a empequeñecer el espacio de lo posible. Acostumbrados a funcionar sobre sobrentendidos, sobre espacios compartidos de los que nunca nadie acaba de definir qué se comparte y hasta dónde se comparte, la impertinencia de negar a Dios, aunque sea sólo probablemente, resulta extravagante. De esta necesidad de controlar el perímetro de lo socialmente digno de ser reconocido, adolecen las reacciones a esta campaña. Ni el mensaje me parece especialmente brillante, ni creo que el debate ideológico tenga que hacerse a través de los anuncios de los autobuses u otros soportes parecidos. Aunque bien es verdad que también las campañas electorales pasan por ellos. Estamos en tiempos de eslóganes y de propaganda, y no se puede reprochar a un grupo de ateos que acuda, para explicar su buena nueva, a los mismos recursos técnicos que los que propagan la buena nueva de que Dios existe, de que el aborto es un crimen o de que el detergente X lava más blanco. Al fin y al cabo, son distintas formas de relato y de representación de las que también vive el hombre.

Espejos.

Manuel Vicent.
El río en el que nadie se baña dos veces, según Heráclito, está formado por todos los espejos en los que uno se ha mirado a lo largo de la vida. La conciencia se inicia en el instante en que el niño se reconoce a sí mismo por primera vez en el espejo familiar del cuarto de baño. Llega un momento en que ante su propia imagen el niño piensa que ese que aparece allí dentro es él y no otro, esos son sus ojos, su nariz, su boca, su diente partido. Frente a ese espejo se establecen a continuación unos ritos inolvidables: su madre le lava la cara y le peina, unas veces a gritos, otras con lisonjas y allí se reflejan las primeras lágrimas, las primeras risas. En el azogue del espejo familiar la imagen del niño quedará guardada para siempre en brazos de Narciso. La edad consiste en ir dejando atrás aquel primer espejo. Un día el chico se afeitará la pelusilla del bigote y la niña se pintará por primera vez los labios con carmín, pero puede que sea ya en otro cuarto de baño. Si hubieran sido fieles al primer espejo no se habrían dado cuenta de que tenían ya quince años. El río de Heráclito discurre sobre nuestra piel, nos atraviesa por dentro y uno sólo comienza a envejecer cuando abandona aquel espejo que era un amante verdadero. Cada vez que vuelvas a mirarte en él después de una larga ausencia entenderás que el tiempo sólo es un cambio de apariencia. Se trata de una experiencia muy común. Al llegar el mes de agosto te vas de vacaciones a la casa de la playa, entras en el cuarto de baño, abres la ventana y te miras en el espejo donde había quedado congelado tu rostro desde el verano pasado. No estaban allí todavía algunas arrugas ni las ojeras que has cosechado a lo largo del año. Se hace evidente que has engordado. La expresión de los ojos tampoco es la misma. Pese a todo, durante el verano irás asimilando esta nueva imagen hasta aceptarla e incluso asimilarla con agrado, pero al volver a la ciudad, cuando apenas ha pasado un mes, en el cuarto de baño de casa te esperará la imagen que dejaste allí antes de salir de viaje. También algo habrá cambiado esta vez. El bronceado alegrará la palidez con que te recordabas, pero sin duda en la nueva imagen se reflejara una nueva erosión, el rastro de una aventura, la señal de una caída. Uno va envejeciendo en los sucesivos espejos como si se reflejara en río de azogue que nos atraviesa. Pese a todo existe un primer espejo que guarda tu imagen de niño ante el que tu madre te fregaba la cara con un estropajo. Ése es el que te amará siempre y te será fiel hasta la muerte. (El País)

Once y un minicuentos.

Una selección de
José María Merino

El sueño de la mariposa

Soñó que era una mariposa y al despertar no supo si era un hombre que había soñado ser una mariposa o una mariposa que estaba soñando ser un hombre.
El viejo, su mujer y el ladrón

Era un mercader rico, pero muy viejo, que tenía una mujer joven y hermosísima, a la que él mucho amaba. Una noche entró un ladrón en casa del mercader, y su mujer, que estaba despierta, tuvo tanto miedo, que se metió en la cama de su esposo y le abrazó tan reciamente, que lo despertó. Entonces él vio al ladrón y le dijo: "Toma cuanto pudieres llevar y vete sin miedo, porque me has dado la dicha de que mi mujer me abrace".

El gesto de la muerte

Un joven jardinero persa dice a su príncipe:
-¡Sálvame! Encontré a la Muerte esta mañana. Me hizo un gesto de amenaza. Esta noche, por milagro, quisiera estar en Ispahán.
El bondadoso príncipe le presta sus caballos. Por la tarde, el príncipe encuentra a la Muerte y le pregunta:
-Esta mañana, ¿por qué hiciste a nuestro jardinero un gesto de amenaza?
-No fue un gesto de amenaza -le responde- sino de sorpresa. Pues lo veía lejos de Ispahán esta mañana, y debo tomarlo esta noche en Ispahán. Jean Cocteau.

El destinado

Está en su cuarto vistiéndose, con los minutos contados, para un entierro.
Entre pantalón y zapatos, corbata y chaleco, le tientan y le sientan pensamientos jenerales, con una exijencia mayor que la otra prisa. Pero ha visto en una puerta un clavo a medio salir, derecho, brillante, justo, perfecto; atractivo de clavar, innecesario de clavar. Y tiene a mano la percha de su americana, martillo de madera tan apropósito para clavar el clavo tentador. Deja el entierro, demora los pensamientos jenerales, coje la percha y se pone a clavar con esmero lento el clavo.

Tema para un tapiz

El general tiene sólo ochenta hombres, y el enemigo, cinco mil. En su tienda el general blasfema y llora. Entonces escribe una proclama inspirada, que palomas mensajeras derraman sobre el campamento enemigo. Doscientos infantes se pasan al general. Sigue una escaramuza, que el general gana fácilmente, y dos regimientos se pasan a su bando. Tres días después el enemigo tiene sólo ochenta hombres y el general cinco mil. Entonces el general escribe otra proclama, y setenta y nueve hombres se pasan a su bando. Sólo queda un enemigo, rodeado por el ejército del general, que espera en silencio. Transcurre la noche y el enemigo no se ha pasado a su bando. El general blasfema y llora en su tienda. Al alba el enemigo desenvaina lentamente la espada y avanza hacia la tienda del general. Entra y lo mira. El ejército del general se desbanda. Sale el sol.

La llamada a la puerta

Toc, toc, ¿quién será? ¿Abuelito con los regalos de Navidad?
Toc, toc, ¿quién será? ¿Giorgio? ¡Dios mío, si en casa se dan cuenta!
Toc, toc, ¿quién será? Apuesto a que es él. Con los años no se le pasan las ganas de gastar bromas, a mi Giorgio.
Toc, toc, ¿quién será? ¿Tonino que vuelve a estas horas? ¡Oh, esos dichosos hijos!
Toc, toc. Debe de ser el viento. ¿O los espíritus? ¿O los recuerdos? ¿Quién podría venir a buscarme?
Toc, toc toc.
Toc, toc.
Toc.
Fin

El profesor Jones había estado trabajando en la teoría del tiempo durante muchos años.
-Y he encontrado la ecuación clave -le dijo un día a su hija-. El tiempo es un campo. Esta máquina que he construido puede manipular, incluso invertir, ese campo. Pulsando un botón mientras hablaba, añadió: Esto debería hacer que el tiempo fuera al revés al fuera tiempo el que hacer debería esto: Añadió, hablaba mientras botón un pulsando. Campo ese, invertir incluso, manipular puede construido he que máquina esta. Campo un es tiempo el. -Hija su a día un dijo le- clave ecuación la encontrado he y-.
Años muchos durante tiempo del teoría la en trabajado había Jones profesor el. Fin

El pozo

Mi hermano Alberto cayó al pozo cuando tenía cinco años.
Fue una de esas tragedias familiares que sólo alivian el tiempo y la circunstancia de la familia numerosa.
Veinte años después, mi hermano Eloy sacaba agua un día de aquel pozo al que nadie jamás había vuelto a asomarse.
En el caldero descubrió una pequeña botella con un papel en su interior.
Éste es un mundo como otro cualquiera, decía el mensaje.

69

Despiértese, que es tarde, me grita desde la puerta un hombre extraño. Despiértese usted, que buena falta le hace, le contesto yo. Pero el muy obstinado me sigue soñando.

El árbol de la vida

Encontró el árbol de la vida y no se lo dijo a nadie. Él solo comió de sus frutos. Y solo quedó en el mundo cuando la Humanidad desapareció.
Ahora busca por toda la eternidad el árbol de la muerte.

Caracol

Se puso el caracol en el oído y oyó el ruido del mar mientras la tarde espléndida se oscurecía y el aire diáfano se volvía agua. Cuando vio pasar un pez frente a sus ojos pensó que se ahogaría y, rápidamente, separó el caracol de su oreja. La luz volvió y el agua se hizo aire transparente. Aliviado, respiró hondo y se pasó la lengua por los labios húmedos que aún conservaban restos de sal.

El hombre invisible

Aquel hombre era invisible, pero nadie se percató de ello.